Yo no elijo las
palabras, las palabras vienen a mí. Tengo seis hijos, los nombres que elegí:
Garambaina, Garlito, Lábaro, Nefelibata, Ñuzco y Picio. Nombres raros, sin
apellido, porque los que se fueron nunca los reconocieron.
Garambaina y
Nefelibata eran mis hijas mujeres. Garlito, Lábaro, Ñuzco y Picio, los varones.
Escribo mucho por las noches, cuando ellos están durmiendo. Me despierto con
mal humor, no tengo ideas, ni siquiera puedo cranear algo.
Las chicas me
preguntan quiénes fueron sus Padres y les miento y les cuento:
—Sus Padres eran
seres maravillosos, inteligentes y considerados, nunca nos levantaron la mano.
Los varones
resultaron problemáticos. Hace tres meses que están presos por robarse unos
chocolatines. Nuestra Justicia es así, te parten la vida con tal de sacarte
algo. En la prisión conocieron a sus respectivos Padres, eran todos policías y
se emocionaron. Es raro que la cana se emocione. Los ayudaron a salir de la
cárcel, pasando sobre la Justicia, pusieron unos manguitos y el caso estuvo
resuelto.
¡Cómo pude tener
hijos con esos degenerados! Y encima todo esto lo tengo que escribir. Son cosas
del orden de lo privado.
Las chicas viven
conmigo, visitan a sus hermanos y les llevan cigarrillos, yerba mate y algún
dinero, para que no les rompan el culo.

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