Entraba a los
negocios de ropa de diseño, miraba las prendas que no tuvieran alarma. Tenía la
compulsión de robar, se probó un vestido negro y se admiraba en el espejo.
Entró una señora para preguntar:
—Si me permite
mirar este perchero.
La empleada le
contestó mientras hablaba con el celular colgado de la oreja:
—Para eso
estamos, señora, mire todo lo que quiera.
Cuando nuestras
miradas se cruzaron:
—Éste es el
vestido que quiero, el mismo que tiene la señorita.
Mientras la
empleada lo doblaba, lo envolvía e intentaba cobrarle, la señorita se perdió
entre el gentío, con el vestido robado. Quiso anteojos negros de marca. Entró a
una óptica con sus propios anteojos.
—¿Encontraste lo
que buscabas?
—Vos sabés que
no, pero no importa, seguro que van a recibir otros modelos.
Había mucho sol,
los anteojos que robó la protegieron, los suyos quedaron en la vidriera de la
óptica. Y siguió robando toda la tarde. Se acercaron dos agentes, la subieron a
un móvil.
—Lo único que
les pido es que me dejen robar. Ustedes están acostumbrados, saben muy bien lo
que se siente.

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