Hay un vecino
que todos los domingos come asado. Los amigos se presentan como equipo de hacer
fuego.
En una parrilla
hay carne de chancho, en otras achuras. Cuatro parrillas iguales lastimando el
aire con humo desde las doce hasta las quince.
Salí a tomar el
prana de la mañana y todo tenía olor a asado, la ropa lavada, las habitaciones
y hasta en el living llegaba el humo. Justo el día que uno abre toda la casa
para ventilar. Las rosas tenían olor a asado, los jazmines igual. Cerré
ventanas y persianas. Eché perfumina hasta debajo de la cama. Nuestras
ensaladas, porque somos vegetarianos, tenían olor a perfumina. Cuando nos
fuimos a dormir, sopleteamos nuestras almohadas con mi mejor perfume.
Fui hasta su
casa y le pedí por favor, que los asados los hagan domingo por medio.
—Sabe que nos
faltan las chimeneas, la semana que viene estarán listas.
Las mañanas y
las noches ladraban sus perros.
—¡Fuera de aquí,
o los paso por la fusta!
Me imaginé los
perros fustigados, por eso gritaban tanto, tenían hambre y frío. Una noche me
levanté a tirarles comida. Eran niños, no perros. Hice la denuncia por maltrato
de menores. “Nos vamos a ocupar”. Los mismos policías que me atendieron, fueron
a casa y me mandaron presa. En la Comisaría estaban los niños impecables,
corrieron a darme un beso. Mientras sus padres, bien atildados, usaron el
dedito acusador.
Me dejaron
salir. Llamé a la puerta de mi casa, escuché la voz insolente de mi marido:
—Por venir tan
tarde, te vas a quedar afuera y no comerás nada.
Muchas veces
quise entrar para buscar la bolsa de dormir. Ante esa respuesta no le dije
nada.
—¡Fuera de aquí
o te destrozo con el cinturón!
Me quedé
pensando que ser perro, es mejor que ser hombre.
Y aquí estoy,
vestida con andrajos y caminando en cuatro patas…guau…guau…

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