Fuimos amigas de
la Facu, desconocía su lado perverso.
La cara de Virgen
del Renacimiento y su sabiduría mentida, compraron mi corazón de boluda alegre.
Sí señor, yo era
alegre, perdí mi alegría, ni recuerdo dónde. Era caradura Roberta Roca, expuso
sus mamarrachos en la Galería Lirolay. Apareció un empresario con nombre
coincidente, Roberto Roca. Compró todas sus obras y le entregó un sobre con un
cheque de valor descomunal. —Espero que visites a tu abuelo, si es solo como
yo, lo pondrá feliz.
El viejo partió
sin mirar atrás.
La despedida de Roberta fue una orgía con
aviso, su último abrazo y
—No vayas, eso no es para vos.
Se lo agradecí…
Compró su pasaje y en una semana llegó a Milán, la esperaba el abuelo con su
auto casi de museo —Pero anda, eso es lo principal.
Mandó una postal
para todos. Fue la última noticia de su existencia.
Caminando por Bs
As, tropecé con Omar, el mejor grabador que he conocido. El único que ignoraba
su genialidad, era él mismo. Nos tomamos un café en Ouro Preto. Tenía la misma
cara de niño asombrado, a pesar de los años. Recordamos nuestros compañeros,
evitando comentario alguno de la década infame. La charla estaba compuesta de —¿Te
acordás de Fulano?¿Te acordás de Mengano? ¿Te acordás de Perengano?
En el cuarto café
apareció el nombre de Roberta, ahí sí
pregunté
—¿No me digas que ella tamb…
Me interrumpió —¿Te acordás que era flaca palito? Cuando
los ignorantes me becaron a Milán, sentí tanta ajenidad que recorrí lugares
alejados, con verdes y sin acústicas citadinas. En una especie de meseta alta,
bajo un árbol frondoso, había una mujer gorda. No gordita, gorda de dos plazas,
que me gritó “¡Omar! ¡Omar!, soy Roberta…” me pareció un sueño o una pesadilla,
digamos en el medio, subí una escalera de piedras, hasta una construcción
pintoresca, con un cartel que decía “Pizza Argentina”. Traté de darle un
abrazo, pero Roberta me quedaba grande y ¿sabés por quién me preguntó primero?
—No, no tengo la
más puta idea.
—Por vos, por
nadie más que por vos.
Miré los ojos
niños de Omar y no le conté. Roberta fue la primera persona, que comió parte de
mi alegría.
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