Alquilaba
películas, se metía en otras historias y abandonaba, por unas horas, los
grises, las negativas, el aburrimiento, la ausencia de amigos. La chatura de la
calle, sus gentes, iguales entre sí y asombrados sólo por el diferente. Julia
tenía ahí sus medios de vida y no encontró formas de partir hacia otros medios.
El país parecía un gueto, los demás países eran un gueto, todos los continentes
convertidos en guetos agobiantes. Las personas abandonaban su condición humana.
Tenían los deseos puestos en la moneda y el poder. Acumular riquezas a costa de
esclavizar al mundo. Leer era un esfuerzo para Julia, años pasaron libros por
sus ojos, clásicos y de los otros. Y de los inleíbles también.
Se guareció en
parejas que tuvieron tiempos de exaltación, desgaste y abandono. Después
aparecieron sus tiempos solos y resignó sus fantasías de cuentos ingenuos. Iba
al mismo negocio todo los días, el dueño bajaba películas de Internet, cuando
advirtió que Julia había visto todas. Él también era cinéfilo, pero no cruzaba
palabra con ella. Habían tenido sufrimientos y alegrías similares. Compartir
idénticos no despertaba más que nada.
Julia era feliz
con un alquiler nuevo todos los días. Y él era feliz, aunque le llevara el día
entero conseguir filmografía digna. Ella lo notó cansado un día y se lo hizo
saber. Él aseveró que sufría insomnio, sólo dormía cuatro horas diarias. Julia
le regaló sus pastillas para conciliar el sueño, que él tomó riguroso, por
venir de esas manos angeladas. No le quedó tiempo para buscar tanta película
nueva. Dormía mucho. Julia se cansó de lo que había y cambió por el video de a
la vuelta.
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