lunes, 10 de octubre de 2016

INQUILINOS NÓMADES


   Alquilaba películas, se metía en otras historias y abandonaba, por unas horas, los grises, las negativas, el aburrimiento, la ausencia de amigos. La chatura de la calle, sus gentes, iguales entre sí y asombrados sólo por el diferente. Julia tenía ahí sus medios de vida y no encontró formas de partir hacia otros medios. El país parecía un gueto, los demás países eran un gueto, todos los continentes convertidos en guetos agobiantes. Las personas abandonaban su condición humana. Tenían los deseos puestos en la moneda y el poder. Acumular riquezas a costa de esclavizar al mundo. Leer era un esfuerzo para Julia, años pasaron libros por sus ojos, clásicos y de los otros. Y de los inleíbles también.
   Se guareció en parejas que tuvieron tiempos de exaltación, desgaste y abandono. Después aparecieron sus tiempos solos y resignó sus fantasías de cuentos ingenuos. Iba al mismo negocio todo los días, el dueño bajaba películas de Internet, cuando advirtió que Julia había visto todas. Él también era cinéfilo, pero no cruzaba palabra con ella. Habían tenido sufrimientos y alegrías similares. Compartir idénticos no despertaba más que nada.
   Julia era feliz con un alquiler nuevo todos los días. Y él era feliz, aunque le llevara el día entero conseguir filmografía digna. Ella lo notó cansado un día y se lo hizo saber. Él aseveró que sufría insomnio, sólo dormía cuatro horas diarias. Julia le regaló sus pastillas para conciliar el sueño, que él tomó riguroso, por venir de esas manos angeladas. No le quedó tiempo para buscar tanta película nueva. Dormía mucho. Julia se cansó de lo que había y cambió por el video de a la vuelta.
                                                                              

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