La internaron
con contracciones de embarazo psicológico, le practicaron un legrado por las
dudas. Fue atendida por dos residentes que no entendieron ni quisieron
investigar. Siguieron con sus desocupaciones.
Les pareció
mejor depositar aquello junto a los residuos patológicos. Tenía forma de huevo
de codorniz.
Mis padres se
retiraron llorando. Era un lugar tibio el tarro de residuos, la cáscara se
partió y salí yo, el olor me expulsó al piso, tenía los ojos tan pegados, que
no podía saber hacia dónde dirigirme, apareció una cucaracha y sus crías recién
paridas, con suaves movimientos abrieron mis ojos, me cubrieron con algodones y
en el idioma cucaracho preguntaron dónde era mi casa, les di mi dirección exacta,
uno nace sabiendo todo, luego olvida en tres días. Tan solidarias la cucaracha
madre, como sus hijitos, me depositaron en la entrada de lo que sería mi casa.
No tuve frío porque era verano, pero sí hambre. Me descubrió mi padre,
barriendo, levantó ese objeto extraño por curiosidad. Cabía en la palma de su
mano, tenía cabeza, brazos, piernas y una boca grande que rogaba alimento. Mi
mamá me reconoció enseguida, a pesar de mi tamaño mínimo usó un gotero y de su
teta lo cargaba y lo entregaba como una madre. En tres meses logré pesar dos
kilos ochocientos y a los seis ya era un bebé tamaño normal. Cuando hablé por
vez primera dije —Les prohíbo el uso de Raid para matar cucarachas.
Ellos esperaban
un Pá, un Má, jamás imaginaron un discurso a favor de los derechos humanos del
holocausto cucarachil. Ellas agradecieron señalando kioscos narcos. 
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