Se durmió en el
micro. —Es el fin de mi jornada, los recorridos terminan aquí.
Nina descendió
con ojos pegados y andar sonámbulo, llovía tanto y su casa quedaba tan lejos.
Le alegró que no necesitaría bañarse, el pelo y la piel quedan seda con agua.
Fue su día de
cobro, cuando sus piernas dijeron basta, llamó un taxi.
—En la esquina
está bien.
Sacó su
billetera vacía —Chofer, disculpe, pero me robaron la plata, tal vez en el
micro, cuando quedé dormida, no sé cómo solucionar el tema.
—El problema se
soluciona pagando, Srta, entre en su casa y vea.
Nina recordó que
allí tampoco tenía un mango.
—Un café con
galletitas ¿Podemos arreglar así?
El chofer entró
en su casa, con vergüenza, se sentó en el banco más incómodo. Tomó café, dijo
gracias. Comió una galletita, dijo gracias. Espiaba la biblioteca que forraba
cuatro paredes —Lee mucho usté, se nota.
Nina dijo que
antes de trabajar doce hs por día, devoraba libros en cualquier momento y lugar.
—¿Se los come? Con razón en la escuela le dicen traga a los que leen mucho.
Nina rió a
carcajadas y el chofer bajó la cabeza, pensando que había dicho alguna burrada.
Ella sacó dos libros impecables y se los regaló. “La Cabaña del Tío Tom” y “Corazón”.
—Ah…sí, estos
los leí de chico, ¿No tendrá “Cien Años de Soledá”, o alguno de Brudburry?
Nina quedó tan
sorprendida, buscó “Cien Años de Soledad” que incluía el árbol genealógico, en
una tarjeta amarillenta, escrita algún día para no perderse y “Farenheit”.
—Ahora le tengo
que dar yo, el vuelto, Srta. ¿Usté no acectaría ir al cine conmigo el domingo?
La paso a buscar y despué me gustaría que conociera a mi vieja, se parece a
usté, los ojo son igualitos. Debe ser que ella también es una gran letora.
Nina durmió vestida y pensó en el tachero,
bastante buen mozo, por cierto.
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