Charo salió del
cine, la película terminó bien, ella se sintió bien.
Volvió a la
pensión, tomó café, abrió la heladera, sacó dos cubitos y puso uno en cada ojo,
para descansar la vista. Miraba una película por día.
Esta vez terminó
mal, se sintió mal, le dolía la cabeza. En su pieza lloró porque la chica
murió, justo antes de The End. Se fue a la cama sin comer.
Hoy se aseguró
una comedia light, reidera, compró un helado, que cayó en la vereda, le dio la
misma risa que en el cine. Había una gorda en el banco de la plaza, leía un
misal. Charo preguntó si era creyente.
—Sí, voy a misa
todos los días, le pido a dios que me cure la arterioesclerosis ¿Ud cree?
—No, soy atea, a
lo mejor le pido a su dios una entrevista para que me cure la peliculosis.
La gorda la miró
con desprecio, se levantó con dificultad y caminó apretando el misal.
Charo mudó de
banco, había un paquete, ella pensó que un paquete era superior a una persona.
Lo abrió, moría de curiosidad, era un oso con ojos casi humanos, caminó a la
pensión con el paquete bajo el brazo. Lo depositó en el centro de la mesa, lo
levantó con delicadeza, era mullido, tenía un cierre por detrás y algo rígido,
un aparato negro con dos botones.
Apretó el rojo,
con voz finita el oso dijo —¿Cómo te va?
Y repitió —¿Cómo
te va?
Luego una voz
rasposa —No sos feliz, lo siento en tus manos, la vida es una mierda, tanto
cine enferma, la peliculosis te da más mierda.
Charo entró en
pánico, el oso no cesaba, lo sacudió para detenerlo.
—No hagas eso,
me duele, no me hundas los ojos, ¡¡Mala!! Apretá el botón negro y callo para
siempre, te prometo.
Con el dedo
temblando, Charo apretó el negro.
La explosión
abarcó diez manzanas, con Estaciones de Combustible y réplicas y réplicas y
réplicas.
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