—¿Venís a comer
temprano?
Seguro que llega
a las nueve como todos los días, lo voy a sorprender con un salmón a la
castellana. Se anuda la corbata, la mejor que tiene. Contesta con desgano. —Llego
tarde, la invité a Pelu, festejamos los diez años que es mi secretaria.
Un cerdo que no
recuerda nuestros aniversarios. —Preparo para tres, entonces.
Él dubita frente
al espejo, tiene una mancha de dentífrico en la corbata, no la ve. No le aviso.
—No, mejor prepará para seis, nunca se sabe, Pelu es impredecible, si trae al
marido y los tres hijos, seremos seis. Una cuenta fácil.
—Te equivocás,
somos siete.
Nunca me mira,
me sabe de memoria —Vos a la noche no comés, podés servir y esperar en la
cocina, yo te aviso qué hace falta traer.
Le hablo de espaldas, como en los teleteatros
—Sos
muy ocurrente, andá nomás, se te hace tarde.
Olvidó su bolso
de agenda y escritos. Me asomé, vivimos en el quinto, —¡Te olvidaste el bolso! Te
lo tiro.
Gritó —Dale,
¡Gracias!
Aterrizó en la vereda,
se abrió y los papeles volaron, la agenda fue aplastada por un micro. Lo vi
correr de un lado a otro, el viento alejaba los escritos. Cerré las ventanas y
corrí la cortina. En el ex dormitorio de servicio encontré el uniforme de la ex
mucama. Debimos prescindir de sus servicios, no le pudimos pagar más, le
debemos dos meses. Llegaron Pelu, el marido, los tres chanchitos y él.
Sorprendidos con mi uniforme de mucama, él se puso rojo, los otros miraban la
mesa con codicia, abrí la puerta, dije —Vamos, vamos, hice reservas en el mejor
restorán de Puerto Madero.
Fui muy
solicitada, las personas de otras mesas me pedían sal, vino, postres.
Les sonreía, se
acercó un mozo, me preguntó si era la nueva —Te equivocaste feo, yo presido
esta mesa, ¿cómo confundís una señora distinguida como yo, con personal de
servicio? Es un oprobio que amerita una disculpa inmediata.
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