Era el mejor
geriátrico de la zona, Feliz Finde…, arbolado, florido, sillas cómodas de
mimbres ruidosos.
Modesta, la más
jovencita, tenía noventa y ocho años. Le seguía Eveready, con cien. Zotolinga,
cientotrés y Diestra, de cientoveinticinco.
Vivían en
casitas separadas y se atendían mejor que las de setenta, se resistieron al
pañal geriátrico, hasta sus finales.
Todas hablaban
en inglés, francés, en italiano y jerigonza. A Diestra le costaba tanto el
idioma jerigonza, que dejó de oírlo.
Eran amigas,
cada una sabía de memoria la vida de las otras, por repetición permanente.
Diestra, que era lenguaraz y lúcida le propuso que cada una que repitiera un
párrafo de su vida, contado más de cien veces antes, todas la señalarían con el
dedo.
Al mes sucedió
lo esperado, las cuatro pensaban que, esa historia, era la de la otra, menos
Diestra, que se tomó el trabajo de aprender, de memoria, su propia vida. Las
demás ignoraban que Diestra tuviera memoria. Fallecieron de menor a mayor. Es
injusta la vida con los números, la muerte también. Cuando quedó Diestra sola,
con cientotreinta años, le pedía a Dios que se la llevara de una vez por todas.
Dios no acusaba recibo. Una enfermera aceptó recibo, a cambio de una inyección.
No lo pensó dos veces, más rápida que Dios. Pensó Diestra en el último suspiro.
Las cuatro donaron sus respectivas fortunas, para la construcción de más
casitas y ampliar el sector jardín de invierno.
Los médicos se
compraron casa nuevas, cambiaron sus autos.
Las enfermeras
refaccionaron sus casitas y adquirieron autos utilitarios.
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