Lo vi y latió,
él me miró, la hora pico del subte, no a mí, era al reloj del techo. Sentí el
corazón que dejó su oficio tres minutos. Por hacer lectura comparada, entre el
mío y el del techo, perdí el subte. Registré 19.30 hs, subí los escalones
contenta, hasta me reí sola fuerte, dos dijeron algo, estoy acostumbrada,
siempre fui una diferente.
A los iguales
les encanta rubricar —Está loca.
Para mí es un
orgullo ser loca, una angulación interesante para combatir el aburrimiento.
Hoy es otro día,
a las 19.30 hs. Ésta vez lo seguí, me hizo correr. Casi quedo enjaretada entre
las puertas, por suerte tengo el espesor de un papel y un ímpetu de caballo. Me
senté al lado. Él tenía las rodillas separadas y los pies juntos en los
talones. Yo al revés, las rodillas juntas y los pies separados, con dedos
enfrentados.
Miraba la
ventanilla dejando un bostezo abandonado que humedeció el vidrio. Se levantó
imprevisto, dijo —Permiso.
Y bajó
apresurado.
Ocupé su lugar,
besé el aura de su bostezo.
Dejó el asiento
tibio, me dio calor a todo el cuerpo. Bajó en la Estación Facultad de Medicina.
Hoy es otro día del día anterior al anterior, no pude cumplir con las 19.30.
Tuve taquicardia y mis labios cianóticos hicieron que la portera llamara una
ambulancia.
Fui directo a
Emergencias, alguien dijo —Hay que intervenir, en media hora.
Entramos al quirófano. Entreabrí los ojos,
era él, con su mano envolviendo la mía.
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