Mataron a la abuela entre ella y su amante,
la enterraron en el fondo, debajo de las calas. Ahí la tierra era blanda y se
pudo cavar profundo. Rufi hizo todo. Se ocupó del veneno que diluyó con
edulcorante y ralladura de limón.
La viejita hasta
le dio las gracias por la pócima, su último comentario fue: “- Qué intensas son
las tisanas por estos días.” Y ahí quedó. Ceci lo quiso más después de ver la
devoción y el afecto que Rufi pareció sentir por la abuela. Hasta le hizo
perder tiempo haciendo el amor, al lado de la finada. Era una mujer ardiente y
ninfómana, como su madre. A Rufi los imprevistos lo excitaban y Ceci era ideal
para sus bajos instintos.
Él distribuyó
las calas en sus mismos lugares, agregó piedras con musgo y licopodios, para
fundir los verdes. Se lavó las manos y la cara, para rezar un padrenuestro y
tres avemaría, junto a Ceci, que lloraba de verdad, no tanto por la abuela sino
porque Rufi olvidó usar profiláctico y eran sus días de más fertilidad. Sería
desafortunado quedar embarazada de un asesino como Rufi. Prefería un hijo más
light, manso e incapaz de matar a nadie. Rufi le secaba las lágrimas con la
manga embarrada de su camisa. Ella lloraba más, porque le raspaba y le dijo: “-
Basta Rufi, estoy bien, vamos a casa, tenemos que avisar a mi mamá y a mi
marido. Desde ya te digo que no te asombres si a mami no le hace mella, siempre
la odió.” Rufi era el jardinero de la finca y le tenía más miedo al marido de
Ceci, con respecto al deceso de la viejita. Rufi una vez los encontró en
situación marital, al marido con la abuela. Nunca se lo dijo a Ceci, temió
traumatizarla.
Se dirigieron a
la casa principal y ambos a coro dieron la noticia:“ – Lamento madre y esposo mío, pero la
abuela murió en mis brazos, Rufi es testigo. Y excelente trabajador, él mismo
se encargó del entierro.” El marido se puso bordó, un hueso que comía se le
atrancó en el esófago y a pesar de que Rufi se comidió y le metió los dedos en
la garganta, para salvarlo, murió de asfixia y paro cardíaco simultáneo. Desde
el otro extremo de la mesa, la madre contempló con indiferencia el episodio. Le
pidió a su hija y al jardinero que procedieran igual que con la abuela.
Al día siguiente
fueron al pueblo. La madre, Ceci y el jardinero, declararon que la abuela
descocada y el marido infiel, de Ceci, huyeron juntos sin destino conocido.
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