viernes, 7 de octubre de 2016

CAPERUCITAS Y EL LOBO


      Mataron a la abuela entre ella y su amante, la enterraron en el fondo, debajo de las calas. Ahí la tierra era blanda y se pudo cavar profundo. Rufi hizo todo. Se ocupó del veneno que diluyó con edulcorante y ralladura de limón.
   La viejita hasta le dio las gracias por la pócima, su último comentario fue: “- Qué intensas son las tisanas por estos días.” Y ahí quedó. Ceci lo quiso más después de ver la devoción y el afecto que Rufi pareció sentir por la abuela. Hasta le hizo perder tiempo haciendo el amor, al lado de la finada. Era una mujer ardiente y ninfómana, como su madre. A Rufi los imprevistos lo excitaban y Ceci era ideal para sus bajos instintos.
   Él distribuyó las calas en sus mismos lugares, agregó piedras con musgo y licopodios, para fundir los verdes. Se lavó las manos y la cara, para rezar un padrenuestro y tres avemaría, junto a Ceci, que lloraba de verdad, no tanto por la abuela sino porque Rufi olvidó usar profiláctico y eran sus días de más fertilidad. Sería desafortunado quedar embarazada de un asesino como Rufi. Prefería un hijo más light, manso e incapaz de matar a nadie. Rufi le secaba las lágrimas con la manga embarrada de su camisa. Ella lloraba más, porque le raspaba y le dijo: “- Basta Rufi, estoy bien, vamos a casa, tenemos que avisar a mi mamá y a mi marido. Desde ya te digo que no te asombres si a mami no le hace mella, siempre la odió.” Rufi era el jardinero de la finca y le tenía más miedo al marido de Ceci, con respecto al deceso de la viejita. Rufi una vez los encontró en situación marital, al marido con la abuela. Nunca se lo dijo a Ceci, temió traumatizarla.
   Se dirigieron a la casa principal y ambos a coro dieron la noticia:“ – Lamento madre y esposo mío, pero la abuela murió en mis brazos, Rufi es testigo. Y excelente trabajador, él mismo se encargó del entierro.” El marido se puso bordó, un hueso que comía se le atrancó en el esófago y a pesar de que Rufi se comidió y le metió los dedos en la garganta, para salvarlo, murió de asfixia y paro cardíaco simultáneo. Desde el otro extremo de la mesa, la madre contempló con indiferencia el episodio. Le pidió a su hija y al jardinero que procedieran igual que con la abuela.
   Al día siguiente fueron al pueblo. La madre, Ceci y el jardinero, declararon que la abuela descocada y el marido infiel, de Ceci, huyeron juntos sin destino conocido.
                                                                          

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