sábado, 1 de octubre de 2016

UN CHICO, UN GATO Y YO


   Estaba en un patio grande, había otras personas en habitaciones oscuras, con mujeres separadas en grupos. Entraban hombres que recorrían —Hay que esperar.
   Me señalaron —Es nueva, la dejamos de repuesto.
   Yo pasaba buscando la salida, afuera era igual, me sobresaltó un gato blanco, que todos ignoraban, con puntapiés o lo aplastaban en las baldosas. Lo puse entre mis brazos, le hice mimos, pero estaba exhausto de maltrato.
   Alguien me empujó a una pieza sin ventanas. Un chico de unos cinco años, me agarró de la mano. Dijo no recordar cuánto hacía que no comía. Tenía la piel seca, el pelo opaco y ocho años —Dijo un tipo que soy enano porque no como, algún día, a lo mejor, eso dijo, nada más. ¡Ah sí! Ahora me acuerdo, dijo que me llamo nadie, no tengo nombre.
   Pasaron dos grandotes en musculosas transpiradas, miraban.
—Ésta la dejamos para cuando esté sequita, sino, me da asco.
   El chico me tenía la mano fuerte y el gato por fin ronroneaba. Escuchamos gritos de dolor y sonidos de máquina de coser. Una mujer lloraba, o varias.
   Hice de cuenta que era una transeúnte con mi hijo y su mascota, salimos de la pieza y cruzamos el patio, que daba a un zaguán, igual al de mi abuela.
   Las puertas estaban cerradas. Sentí un miedo terminal. Tres mujeres gordas, iguales a los hombres, dijeron —Está indispuesta, ojalá le dure mucho, viste cómo es él.
   Un flaco de ojos perversos, juntaba mujeres negras como si fueran vacas, meta fusta y salivazos —Odio las mujeres negras.  
   Decía el flaco. —Tienen un olor inmundo, me gustan las blancas, de ojos celestes, pero ésas se las agarran los más capos.
   No podíamos dormir, los gritos de la noche asustaban hasta el gato.
   Le pregunté a una de las gordas si podía ir a mi casa y llevar mi hijo.
   —Tilinga mentirosa, el pendejo es hijo de la Rosa. Ésta es tu casa, se van a dormir tarde, se levantan en pedo. Sos la única que no pudieron repartir. Preparáte, Rudenko se encarga y los demás aplauden.
   La gorda se me vino encima, me golpeó tres veces la cabeza contra la pared, la sangre no me dejaba mirar.
   Habló la gorda —Sangre de arriba abajo, al Ruso le vas a gustar mucho, ahora descansá, putita, mirá cómo te cagaste, sucia… 
                                                                           

No hay comentarios:

Publicar un comentario