—Papá, mataron
cinco personas durante el Yom Kippur.
—¿Y cuántas
personas nos matan todo el tiempo?¿Por eso no vamos a festejar el año nuevo?
—Si te parece
poco, yo me voy. –Dijo Raquel-.
Los hermanitos
lloraban, porque ella dio un portazo, caminó y luego corrió. Un auto la seguía,
pensó que era su padre. El auto abrió la puerta y detuvo su marcha, bajó un
tipo y preguntó, Raquel dijo
—Necesito un trabajo, no tengo hogar ni familia ¿Me puede
ayudar?
—Mi nombre es
Trifón, vivo en una casa grande, donde podrás dormir y tu tarea sería ordenar
mis libros y preparar café.
Raquel subió sin
hablar, llegaron a la casa grande.
Sintió frío, todo era el puro cemento y vidrio, podría haber sido de cualquiera.
Paredes desnudas
y todo comunicaba con todo, sin puertas, el baño expuesto. Él le trajo una
manta y café caliente. Se sentaron en el piso. Había libros, cientos.
Raquel preguntó
por una cama. Él la llevó en andas hasta un colchón tibio y un edredón de dos
plazas. Se acostó a su lado, ella tembló —No tengas miedo, cuando hace frío hay
que borrar los prejuicios.
Trifón se
durmió, ella aprovechó el baño, apretó un botón y un cilindro polarizado cubrió
todo “algo de pudor arquitectónico”, pensó Raquel. Por la mañana temprano
empezó su tarea, logró cubrir cinco estantes, por autor. Escuchó la voz de él
—¡Quiero
café!
Se lo sirvió con
bronca, el tono le recordó a su padre. Llegaron tres cajas por encomienda,
otros cientos de libros. Siguió con su tarea, sin dormir por tres días, cayó
exhausta sobre libros. Trifón aprovechó para mirar sus pestañas y demás
accesorios del cuerpo de Raquel, que apolilló cuatro días consecutivos.
Cuando despertó
estaba en la cama, él la miraba sin descaro, con ternura —Gracias por tu
trabajo, en cuanto a las otras cajas, no te apresures. Me gusta tu silencio,
detesto que me hablen, sobre todo las mujeres. Raquel pensaba igual. Él era
palestino. A ella se le soltó la lengua como una serpentina —¿A vos te parece
que haya tantos muertos por un pedazo de tierra?
Trifón pensó que
de su tierra no quedaba casi nada, ni su familia, ni sus hijos. Recordó que no
sólo ellos, la humanidad estaba matando a la humanidad. Consideró oportuno que
Raquel leyera, él seguiría ordenando, lo que nunca imaginó es que ella leía en
voz alta, no le molestó, los sonidos eran tranquilos y suaves. Resultaron dos
lobos esteparios, donde los unía el respeto y la admiración mutuos. De tanto
tironear del edredón cuando dormían, se soltaron las plumas de ganso y nevó
adentro. Se refugiaron en el baño, apretaron el botón del cilindro e hicieron
el amor en el bidet.
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