Su primera
compra se hizo en Londres, hace un largo tiempo. Tenía un corte que no parecía
ni cortado. Pelo de camello, un sobretón, no un sobretodito. El Dr Olmos Pajo
fue su comprador, cuidadoso, no conoció la tintorería, la limpieza profunda la
realizaba el Doc Olmos, decidió anular su segundo apellido. Le gustaba más la
naturaleza. Lo de Pajo, hacía que recibiera bromas de mal gusto. Cuando el Doc
murió, quedó para su hijo, el sobretodo, algo más triste, pero seguía
imponiendo respeto.
Siguieron tres
generaciones de uso continuo del sobretodo que resistía hasta los tratamientos
feroces, como caer en el barro o el boludo de mi primo Ramón, que lo estiró en una cuneta para darle paso a una
tilinga, le pareció un gesto distinguido.
Su último dueño
lo obtuvo, como obsequio, de un gestor que le realizó una jubilación con
cientos de complicaciones.
Cuando recibió
el obsequio hizo tantas reverencias que se incrustó en un espejo —No pasa nada,
vaya tranquilo hombre.
El último dueño
no había salido del edificio, al sobretodo le faltaban dos botones y estaba
sucio, tocó el timbre del gestor —Disculpe, gestor Don Pajo, me manda a la
tintorería este sobretodo, tiene olor a humedad.
—Bueno, no lo
molesto más. Le dejo el sobretodo y lo paso a buscar el jueves.
Era buenazo, Don
Pajo y fue a buscar el armatoste. El tipo, puntual, jueves por la mañana,
miraba los resultados.
Don Pajo le
extendió el costo, él miró la boleta y dijo —Lo qué cobran! Dios mío! Bueno
amigo, ahora sí, no lo molesto más. Lamento que la tintorería le haya costado
lo mismo que el sobretodo. Nos vemos.
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