El bípedo
humano, a lo largo de su historia e histeria, tuvo y tiene la manía del muro.
La muralla china, el muro de los lamentos, el muro de Berlín, el muro de
Guantánamo, el muro que separa México de Estadosunidos, el muro que rodea
algunas casas, cantris, organimos gornamentales, mitilares, los muros para
tapar la pobreza amontonada del cartón, la chapa y los indigentes; los muros de
Haití o República Domingada para que los turistas no sean deglutidos por las
personas hambrientas de afuera de los joteles.
Hay variedades
de muros, los hay de alambres de gallinero para los poyos, de púas para los
campos de concentración improvisados o definitivos, de ladrillos o piedras
serranas para circundar las viviendas hechas sin honra. Los muros de algunas
conchas privadas que tapan el sol de nosotros, los desamurados.
Muros tácitos,
el de mi primo y mi hermano conmigo (yo no participé en su construcción), el
muro de mi madre, hasta que se fue. Los muros de otras familias, las más
hipócritas. Los tienen y formulan, mendaces, que no hay nada que los separe. Si
nunca estuvieron unidos. Muros gentétricos.
Al bípedo humano
siempre le gustó ocultar y acumular riquezas y perversiones, el muro le vino
fenómeno.
El bípedo ama
separar lo que sea, para eso están los muros.
Me compré la
bipolaridad, no me costó nada, la dan gratis y viene con el nombre inventado.
Tengo un polo que me tienta a darme la cabeza contra el muro. Está mi otro
polo, que propone hacer mierda todos los muros del mundo y andar por cualquier
lado, pastando y mirando la luna.
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