Soplaba el
viento a favor, como una mano en su espalda, en las esquinas cruzaba en rojo.
El viento hacía lo que quería, pudo ver la mujer de negro que dobló, la bufanda
roja era de ella, le tapó la cara, fue oportuno, le dio dos vueltas al cuello.
Sacó un brazo, sintió que el frío lo tapaba y la bufanda no alcanzaba. Casi
siguió de largo la puerta de su casa, el viento lo llevó unos pasos más allá,
tomándose de las rejas de otras casas llegó a la suya, se agarró del marco de la
puerta y entró.
Le costó cerrar.
Extendió la bufanda sobre la mesa, la midió, dos metros cincuenta, tibia como
cien conejos, en una etiqueta decía “100% conejo”.
En el micro
repleto recibió cuerpo a cuerpo la mirada de una mujer vestida de negro —Esto es
mío, gracias, recuerdo el día. Aquí bajo.
Se la entregó
con inmediatez, el viento dejó la mujer abajo y la bufanda arriba. Él la
sostuvo y la acomodó en su cuello. Pensó que había recuperado su accesorio preferido.
Quedó el beneficio de la duda…
El recital fue
el sábado, en medio de música electrógena bailaba con la bufanda puesta, alguno
arrastró una punta y quedó enroscado a la mujer de negro que gritó —¡Por fin
juntos!
Ella puso cara
de orgasmo, una avalancha a la derecha apretó su garganta y le pisaban un
extremo. Ella estaba violeta, quedaba linda junto al rojo. Murió de asfixia, la
pobre.
Él rescató la
bufanda, observó cómo estaba. De tanta inclemencia había manchas que molestaban
al rojo, caminó mirando el piso, había gente tirada, unos sobre otros, estaba
la mina, no cabía duda, había muerto. La pisó y para asegurarse saltó sobre su
cuello.
Miró la hora
9.30, abren “Los Chinos”, es la Tintorería por excelencia de la zona.
Él la esperó
sentado. Son lentos pero muy amables.
Se la
entregaron, no permitió que la envolvieran —La llevo puesta.
Le preguntaron
si hacía tanto frío en pleno verano. Él contestó —Sra King Kong y Señor Noché,
es para mí imposible separarme de mi novia, de mi bufanda…bueno, uds disculpen,
es una historia compleja.
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