domingo, 2 de octubre de 2016

SOLIVIANTAR MALARIA


   Me voló la cabeza con ¡Cuánto costaba la verdulería, cuánto costaba el supermercado, cuánto costaba la farmacia, cuánto costaba la carne, cuánto costaba viajar en micro! —¿Porqué no te vas a acostar un rato a tu casa?
     Miró con resignación —¿Sabés cuanto costaba el alquiler? Tuve que rescindir el contrato, tengo un banco en la plaza, me costaba dormir, dios provee, un ropavejero me vendió un colchón usado ¡Cuánto costaba! Al hombre le di pena y me lo regaló.
   Después del relato de mi amiga, la cabeza se me agrandó diez centímetros. Entré al departamento y caí de cabeza en la alfombra. Cuando me desperté, Roberto me daba sacudones, con voz sin oxígeno —¿Sabés cuanto costaba la Escuela de los chicos? La mitad de mi sueldo.
   Enloquecí, me quedé sin pensamiento, le hablé despacio al oído    —Quedan dos papas y una zanahoria, prepará una sopa, los chicos llegan con hambre, yo no doy más, se me terminó la carga.
   —¿Tan pronto? Si lo cargaste ayer.
   No le contesté, es común en Roberto, entrar en estados confusionales. Los chicos volvieron cuatro horas más tarde. Nos dormimos ambos en la alfombra, abrazados, no por amor, para darnos calor, tuvimos que vender la estufa hace días. Nuestro hijitos volvieron tiznados, con los uniformes desgarrados, arrastraban dos bolsas de consorcio —Peleamos con otros chicos, que estaban en la misma, trajimos comida, de las bolsas de gente rica, salames caganolis, queso espartano, lomo al curro, aros de cebolla perenne, chorizos con piel de nutria, sushis de bofe tiernizado, bananas con crema moco y mermelada de ruda hembra, media botella de vino con corcho y dos cocas casi llenas, selladas con salsa kétchup.
   Pusimos el mantel de salir y las bandejas de Sebrelli, copas de caristal y platos polinaicos. Comimos y bebimos, teníamos una avidez chimanga.
   Esa noche fuimos felices, no costaba nada.
                                                               

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