lunes, 24 de julio de 2017

CON ESA GENTUZA

  
   Me dejaron afuera. El estar era tan grande como los invitados, gordos ricos y ordinarios. Humberto compró la casa en un lugar que parecía flotar en la nada. No entendía por qué Humberto me echó con un dejo de violencia, siendo que yo era su mejor amigo.
    Jamás conté a nadie los tejes y manejes que escuchaba. Iban más allá de mis escasos conocimientos empresariales.
   Salió Humberto y con gesto de malhomía política me pidió disculpas, pero lo que se decidía dentro, no debía saberlo ni Dios. Y dice que es mi mejor amigo, antes de entrar al serpentario dijo:
 —Lo único que tengo amueblado es mi alcoba, si querés podés dormir, mirar televisión, darte un baño de inmersión.
   No le contesté, no merecía respuesta, pero me quedé con las ganas, los invitados latrocidas iban a pensar que soy puto. Humberto no entiende nada ¿A qué explicarle? Cuando terminaron las risotadas y músicas altas y berretas, pude cerrar los ojos. Escuché los motores que batían en retirada. Casi me duermo y escuché la voz de Humberto, abrí un solo ojo. Estaba desnudo y preguntó si podía acostarse conmigo. Temblé de asco. Alguien incendió la casa, no sé quién, en este país los alguien no tienen nombre. Salí corriendo con Humberto en mi espalda. Pesaba 140 kilos. El fuego lo devoró, yo no paraba de llorar. Lloré a la luna como un lobo. Me fui caminando en mis cuatro patas, con la punta de la cola echando humo todavía. Me adoptó una señora que curó mis heridas, mientras decía —Sos un perrito divino, tengo una perrita igual a vos. Se van a divertir.
                                                  

No hay comentarios:

Publicar un comentario