martes, 18 de julio de 2017

CONFERENCIA


   Lo llamaron de la Embajada de Emporgo, para dar una conferencia sobre los emporgeos extraditados y las consecuencias económicas nefastas para el resto del mundo, olas que se acrecientan y nos dejan pedacitos de tierra. Mi Tío Horacio era un dechado de inteligencia, según sus hermanas y un genio sabio, según su madre.
   Tenía la apariencia de resolver problemas de cualquier índole, usaba un lenguaje apretado, había párrafos que nadie entendía, esos fueron los más aplaudidos.
   Los emporgeos eran tan pijoteros que las aceitunas venían con carozo. Mi Tío nunca fue un hombre que le diera importancia al protocolo en una comida. Entre plato y plato escribía en una libreta fórmulas interminables, el mozo le señaló el tercer plato servido.
   —¡Cómo se atreve! Estoy descubriendo algo interesante y me molesta, saque ese plato, por el olor es pescado viejo. Unos segundos después, mientras escribía, se puso tres aceitunas en la boca. Apretó tanto los dientes que se le aflojaron los de adelante. Eran los carozos, tuvo vergüenza, giraban en su boca. Pensaba cómo mudarlos a alguna maceta. En eso estaba cuando un colega levantó su copa.
   —Brindo por el exterminio total de los pobres y los extraditados. Tengo una postura que se aparta de las ideas de mi colega disertante, que no sabe dónde escupir los carozos.
   Mi Tío Horacio tenía frecuentes ataques de risa, que nadie entendía, por eso no se molestaba en explicar. Le dio en ese momento y los pedazos de carozos, licuados con sus dientes, fue a dar a la cara y la boca de su colega, que no habló más. Tenía las cuerdas vocales con incrustaciones de carozos y dientes molidos.
   Horacio volvió en un piper oxidado, su colega en el Tango 2.
                                                         

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