No sé con quién
quedarme, si con los finos de antes o los ricos de ahora. Era hacer tareas
domésticas, así decía el aviso. Me sentaron a esperar que a la Sra Rosqueta se
le pasara el coma alcohólico de la noche anterior. Bajó con los pelos parados,
anteojos negros y una bata de seda. —¿Cómo es su nombre?
—Delfina
Hamilton.
La Sra quedó
gratamente sorprendida —Me parece regio tener una doméstica extranjera.
—No soy
extranjera.
—Bueno, como si
lo fuera, rubia natural, ojos celestes, modos educados, buen lenguaje, pero
¿Sabe limpiar, cocinar, lavar?
—Sí, hasta
podría asegurarle que parezco haber nacido para limpiar y tengo mi título de “Doméstica”.
Me pidió que no
habláramos de dinero, era de ordinarios.
—Puede comenzar
ahora? Ahora Serafín le alcanza el uniforme y el carro con los productos de
limpieza.
Cuando terminé
con el dormitorio decidí hacer un hidromasaje. Me dio energías para seguir.
Apareció el Sr Rosqueta. —¿Con quién tengo el gusto?
—Con Delfina
Hamilton.
Me estrechó la
mano más de lo necesario.
—Pase Ud, Sra
Hamilton, ya le preparo una copa.
Preguntó si mi
hermano jugaba al polo, no dio tiempo para aclarar que yo no tengo hermano.
—Es un gran jugador, el mejor tal vez. ¿A que debo el placer de su visita?
—Es un gran jugador, el mejor tal vez. ¿A que debo el placer de su visita?
—No soy visita,
soy la nueva mucama.
La cortó de
inmediato, él no hablaba con mucamas.
Hasta Serafín me
palmeaba el trasero. La humillación excesiva dijo —Sra Rosqueta, renuncio, trabajé un mes, le
cobro el mes.
—Delfina, no
hablemos de algo tan fútil como el dinero, siga trabajando aquí, no va a
encontrar otro.
Pude respirar,
sabía la clave de una de las cajas de seguridad. Dólares, Euros y Pesos. No soy
ladrona, pero la necesidad es imperiosa. Ahora soy Azafata, mucama de avión,
pero de alto vuelo. Desde arriba contemplo la casota de los Rosqueta y me
alegra haber recuperado mi verdadero nombre, Hilda Pérez. Los cagué, Rosquetas.
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