Hay un hombre
con capacidades diferentes, tiene una renguera extraña, camina con un corral de
tablas verticales y horizontales, éstas últimas le hacen de pasamanos. Mendiga y
sonríe, con dientes que parecen incrustados con cemento.
Hay una mujer
hablando por celular —…hacer de comer me llevó cuatro horas, para comer en diez
minutos…
Hay un niño
cruzado de brazos, con la cabeza metida en el pecho, gira el torso de uno a
otro lado frente a una juguetería —Vamos, no puedo, no me alcanza. Dale vení,
te compro un heladito.
Él sigue girando
y girando, pensando que lo va a lograr, por eso gira.
Hay un viejo
tomando café chico y sumerge una media luna, gorda la media luna. Necesita otro
café, la gorda lo tomó todo. Se contiene. Paga. A paso tortuga llega al bar de
la otra esquina.
—¿Lo quiere
chico?
No esperó
respuesta, lo dejó en la mesa. Viene la mesera —El café no lo pago, me pareció
inmundo, tu propina sí, chau linda.
Hay sol, es
domingo. La gente baja de los edificios-hormigueros, como hormigas sedientas.
Las plazas se tornan excedidas de personas. Muchos retornan a sus edificios-hormigueros
y el balcón, es la plaza. El mate sale más rico en casa.
Hay una mujer
alta, elegante, con su paraguas por las dudas, se quejaba —Perros, cómo me
miran. -Y no la miraba nadie-.
Lo volvió a
repetir tres veces.
Hay un adolescente tomando sol en un banco del Riachuelo. La mujer se volvió, levantó
el paraguas y lo golpeaba sin piedad. —Vos, degenerado, no me vas a mirar más.
Para hacer
cierto su deseo le metió la punta del paraguas en los ojos.
Hay, hay, haber
hay.
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