La galería era
una L, daba a un lugar parecido a un jardín. Le corrían un toldo al cual yo le
tenía terror. Quedábamos en la semi-luz de una siesta convertida en charlas
murmuradas. Todas tejían y admiraban a Mirtha Legrand. Volvían a correr el
toldo al atardecer, lloraba yo, lloraba de miedo y ellas se reían de aquella
niña triste y melindrosa.
—Hoy viene la Tía Clotilde, no me hagas pasar vergüenza,
no le digas “bruja andate”.
Y apareció
cuando venía el secado pos baño, mi abuela, continente de mis miedos no estaba.
Cuando vi su cara con rayas que se unían en el entrecejo, no encontraba su boca
ciega de frunces con dos barridas de rouge finiticas.
—¡¡¡Abuela!!!, ¡¡la
Tía Clota me va a comer!! Veníííí.
—Mirá lo que son
los chicos, Clara, dicen lo que piensan.
Yo a esta edad
no pienso, sino me hubiera ido a la mierda y chau toldos, Clotas brujas y
Abuelas condicionales.
La Tía Clota era
bruja y mentirosa, tenía voz de hombre. En el ahora, que tengo su edad la
comprendo, pero no la quiero.
Miro mi cara al
espejo y soy igual a la Tía Clota, exacta. 
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