lunes, 17 de julio de 2017

ÉL


      Lo conocí en la pubertad, nos gustamos, con prudencia y escondidos. Mis padres ni lo imaginaban, habría recibido castigos. Él crecía conmigo y no necesitamos ocultarnos, aún mis abuelos vieron cómo nos besábamos con desesperación.
   Siempre fui una persona responsable, estudiosa, trabajadora y respetuosa. El monumento al aburrimiento, bah. Sería por eso que nuestra relación contaba con la anuencia de todos. Hubo personas que lo denostaron y deslizaban en mis oídos palabras de advertencia, con el fin de protegerme. A mí no me importaban las opiniones de otros. Él tenía ajenidad y a pesar de pertenecerme, compartía momentos con hombres, mujeres, viejos y jóvenes, a veces niños. Nunca me dieron celos, él se multiplicaba en todos y no sé qué magia permitía que jamás me abandonara. Como todas las parejas discrepábamos, llegando a separarnos uno, dos días, sólo en dos ocasiones seis o siete meses. El reencuentro era intenso y hasta no caer exhausta no lo abandonaba, sabía que él velaba mi sueño, esperando que surgieran insomnios donde no decíamos nada, pero nos besábamos una y otra vez, con café de por medio en ocasiones.
   Pasamos juntos cuarenta y siete años, no sé quien dejó a quien, pero fue lo mejor, para mí al menos. Sentía que me consumía el oxígeno y no tenía fuerzas. Una noche le dije adiós, lo aplasté en una baldosa cualquiera. Él sigue, en boca de muchos. Lo deseo igual que antes, pero no, me mataría. Cuando miro su estela saliendo de boca de otros, desvío los ojos y le hablo por dentro. Con palabras obvias lo saludo, ¡Chau pucho!
                                                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario