—Señor, buenas
tardes, sus documentos.
Fue hasta el
patrullero y lo llevaron hasta la 14.
—¿Por qué estoy
aquí?
—Es para una
rueda de reconocimiento, Ud guarda parecido con el imputado.
Lo pusieron en
línea frente a un espejo, donde nada podían ver.
Uno de los
testigos, aseguró que era él, los otros dijeron —Sí es él.
—Sí es él.
—Sí es él.
Al calabozo, sin
declarar, sin abogado, con frío y hambre. Por tratarse de un homicidio, el Juez
lo mandó llamar. —Vea, Tancrada, quiero la verdad y no me mienta, porque me doy
cuenta. ¿Ud lo mató?
—¿A quién por
Dios, cuándo dónde, qué quiere que le diga? Ni conozco a la víctima, Sr Juez
Mondinga.
—Eso es
perfecto, no lo conoció, no sabe, no lo mató, yo escribo que está sobreseído, a
cambio, claro está, de un favor. Pongamos mejor a un intercambio de favores.
Sale en libertad, ya, Tancrada, a la salida lo espera un BMW. A las doce, un
tipo de traje blanco, sale del banco con un bolso marrón, baje del auto, le
arrebata el bolso, salga a mil, la zona está liberada. Me lo trae acá, a mi despacho.
Mañana tengo otro trabajito, Tancrada y pasado, otro, tras pasado creo que
también. Vaya, vaya tranquilo, piense que está libre aunque deba responder a
mis necesidades. No me ponga cara de chico triste, ya le vamos a dar su pedazo. 
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