Nos íbamos por
unos días a una playa de pueblo chico y tranquilo. Mamá estaba enojada, nunca
supe por qué, ni me preocupé, lo suyo era un estado permanente, la frente con
gesto de disgusto. Le pedí que vinieran con nosotros, mi viejo hubiera
aceptado. Ella no. Adujo que debía hacer muchas cosas. Muchas era tejer y
limpiar, cambiar de lugar algún mueble. Encerar lo que a mí jamás se me hubiera
ocurrido. Hacía de cuenta que era su casa, mientras papá pedía permiso para
todo. Tenía cara de cansada y color pálido. Limpió su casa de Buenos Aires,
luego vino al campo y limpió hasta la tranquera. Pasó por el pueblo y limpió el
departamento de mi hermano y al fin mi casa. Un placer para ella. Mientras
hacía criticaba mi no hacer, que era lo que más me gustaba hacer.
El día antes de
partir la invité a caminar la sierra y respirar árboles. Fue extraño ella nunca
quiso ni quería salir conmigo, esta vez aceptó. Noté que se fatigaba muy rápido
y decidí volver, no recuerdo mi excusa. Por la noche me dio un beso y puso su
reloj en mi muñeca. Un regalo y un beso, dos acciones ajenas a nuestra no
relación. Me gustó y no me gustó, como a toda histérica. Lo elaboré en
análisis, mami no pudo o no supo aceptarme. Ese karma nunca se fue, lo sacaba
en palabras pero las improntas de la infancia nos acompañan toda la vida. El
día que partimos les hice jurar que esperarían nuestra vuelta para retornar a
Buenos Aires, papá dijo que desde luego, mamá forzó una sonrisa.
Un día de playa
que el bebé disfrutó más que nosotros, rodamos por un médano hasta la casita.
Había una camioneta de la policía, miraron raro, uno de ellos me apartó del
resto y habló de algo que pareció ajeno, todo el aire se tiñó de negro.
Mis padres, dos
días antes de nuestro regreso, se fueron. La curva, alguien de contramano. Mamá
te debo una charla, vos no podés. Yo te hablo mamá por todo lo que nunca.
Discuto con vos aunque no estés. Fue idea tuya. Dos días antes. Por vos, por
todo lo que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario