martes, 18 de septiembre de 2018

ALGO QUEDÓ



   Tenía diez gatos siameses, de distintas nacionalidades, algunos indocumentados y otros con pasaporte. China, Japón, Polonia, Bolivia, Países desconocidos.
   Una noche me levanté a tomar agua y el juego francés enano, que formaba un círculo en el jardín de invierno, con sillas materas de más de cien años, estaban ocupadas por un gato en cada silla, departiendo con seis gatos de la calle.
   Volví a dormir, con sigilo, para no sacar de su eje al grupete. Mi casa tiene ratas en el entretecho. Para ellos era un manjar prohibido, por ser un lugar inaccesible y la velocidad que tomaban cuando salían.
   Creo recordar que fue en septiembre. Me senté a desayunar té verde, lo único que quedaba en la casa. En medio del círculo, para festejar la llegada de la primavera, percibí que comenzaron a rodearme, buscando mimos, rozaban mi cuerpo, algunos apoyaban sus hocicos fríos en manos y mejillas, los de la calle, con aprendizajes de ese lugar, mordisqueaban mis tobillos. No pude creer lo que veía y sentía que me arrancaban la piel con voracidad. Colocaban en todos los rincones pedazos de mí, para atraer ratones. Pude agarrar el celu y llamar a mis vecinos. Cuando llegaron, ya no hablaba. Llamaron a la policía y pidieron una ambulancia. La policía dijo no poder denunciar que encontraron un ojo y les dieron miedo los gatos que me usaron de carnada, para atraer las ratas.
   La ambulancia sacó una inmensa camilla, donde depositaron un ojo, dos dedos y una oreja, con ella escuché que harían lo posible.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario