miércoles, 5 de septiembre de 2018

MAZOLA



   Estoy cansada pero me encontré con una historia, la escribo ahora por si en la noche olvido todo. En la Secretaría de Trabajo había una cola de gente, preocupada por el dólar, la inflación que el año entrante cesa. Aunque así fuera, los precios congelados serían una burla si recibimos el mismo salario hasta finales del año. Suelo participar de esos temas, para que el tiempo pase rápido. Esta vez no. Tuve a mi lado un señor grande, con una boina vasca roja, unos ojos claros, celeste Irlanda, mejillas lisas de bebé, una barba blanca prolija y bigotes sonrientes. Nació y vivió en Vela, trabajó con su padre en la construcción, toda la vida. —Y ahora hago una que otra cosita.
   Cada tanto se reía de sí mismo y lo que narraba. —Lo más lindo de Vela, es el Club donde se baila tango, viernes, sábado y domingo.
   El cura cerró la Capilla porque nadie le iba. Todos preferían la milonga. Apareció una noche de domingo: —Dios me mandó aquí porque él también lo baila y quiso que yo aprendiera.
   Juancito Arispe, amigote a la distancia, admiraba a mi mujer por sus cortes y quebradas y la obediencia al mandato del hombre en cada pieza. Un día me preguntó con respeto: —¿No me prestaría su mujer para bailar lo que viene, Don Mazola?
   Ella aceptó antes que yo. Les hicimos una ronda, quedó la pareja castigando el aire, con palmada en el empeine y ella, sostenida por Arispe, resbalaba la derecha por el piso hasta el final. Quebraba la cintura y le colgaba la cabeza, me guiñaba un ojo.
   Los aplausos hacían saltar las ampollas de pintura de todas las paredes.
   —Vení para acá, Mazola, te entrego la maga que te elegiste y muchas gracias.
   —Se hizo famosa mi mujer, si viera. Andaba de batón y alpargatas en la diaria, pero al bailongo iba de tacos altos y vestido negro con abertura discreta, una reina parecía, se lo juro.
   Cuando lo llamaron de un escritorio, me dio la mano diciendo que a los ochenta y dos la vida era más linda que a los veintiocho.
   Yo no le podía sacar los ojos de encima. Anoté “Mazola”, para escribir mi cuento. Después de él, venía yo, no lo vi cuando se fue, le pregunté al empleado si le había solucionado el problema al Sr Mazola. El chico me miró: —Ud es la primera persona que atiendo.
   No podía ser. —Mire, joven, era un Señor grande, con boina roja, cara de irlandés…
   —Dejamos acá, que la fila es larga. ¿Me muestra sus papeles?
   Me salí de cuadro y lo busqué, tenía que encontrarlo, no se parecía a nadie, un único. Viajé hasta Vela, que es un pueblo diluído, con pocas personas y toda gente grande: —¿Mazola?, que yo sepa acá no hubo ninguno.
   Fui al Registro de las Personas y un viejito leyó en el bibliorato, si estaba el apellido. —No hay ni hubo nadie.
   Bueno, terminé el cuento, Mazola fue una invención, se me hizo en la cabeza. No existen las colas en la Secretaría de Trabajo. Estoy cansada, largo la birome. ¿O la dejo a mano por si aparece Mazola?

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