Uno acumula
tantas historias en una vida prolongada, que dan ganas que un tsunami se lleve
todo, lo bueno también, ya pasó. Hinchan, encorvan, pesan, se mezclan. Un
cuaderno nuevo con páginas en blanco y lapiceras que deslicen al ritmo del
pensamiento, que a esta altura haga interlocutar con una taza. —¿Por qué no
tenés asa y te rajaste? Yo te usaba y te quería, vos perdías manchando manteles
hasta hacerte trizas peleando con una baldosa.
—Yo te voy a
contestar porque soy mucho más vieja que vos, tu Madre y tu Abuela, me tratabas
mal, me golpeabas cada vez que te enojabas, quise suicidarme con una rajadura,
infringida por mí misma, no lo permitiste, me operaste la nariz de un sólo golpe,
perdí mucha porcelana, mi fragilidad me hizo trizas, ya está, ya fue. ¿De qué
vamos a charlar?
—¿Ves? Ni las
tazas me quedaron, cuatro juegos de finados y dos míos de casados, uno se casa
con los objetos, ésa es otra, le tenés confianza a la charola blanca y un día
descubrís, algún amigo la robó y cuando iba de visita, la escondía, porque se
enamoró de la charola y no de mí, que a eso iba. Voy a charlar con la cama,
siempre dispuesta a recibirme y no quería largarme hasta pasado el mediodía.
Los objetos no
se sufren, se usan, las personas te hacen sufrir, te usan.

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