Quiere
desarrollar un cuento breve, acerca de la infidelidad. La Escritora desconoce
gente que acostumbre esas conductas. Considera que lo más apropiado, es
recurrir a su imaginación y se deja derivar. Tiene una amiga en la esquina, con
ganas del señor de al lado, pero ni su amiga ni el señor de al lado, dañarían
sus votos jurados, por una ilusión óptica. La Escritora se traslada a la
siguiente cuadra, donde viven viejos amigos mirones y mujeres descaradas,
podría jurar sin quemarse, que son todos fieles. Agrega al tema elegido, las
consecuencias.
Los juguetes de
su imaginario, decidió arrojarlos al conteiner, donde otras gentes han tirado
sus respectivos juguetes, en bolsas del Monarca, o Carrefour. Casi pierde la
razón, porque los chimangos desgarraron su bolsa y se desprendieron secretos,
que creía inaccesible para otros. Siente que escribe desnuda, eso no importa
tanto, como cuando confiesa, sin dejar dudas en el lector, que es
autobiográfico, hasta usar su propio nombre, dirección, número de teléfono,
celular y los horarios que justifica por sonambulismo, meterse en la cama del
viudo de enfrente. Ella misma escribe que su personaje es una ninfómana
incurable.
La Escritora
confiesa al personaje que inventó, ser inocente, fue la salida que encontró
para dejar de ser vox populi vox dei. Su cuento se transfirió a las personas
que no leen un libro ni a palos. La ven pasar y le informan a su acompañante,
casual o definitivo:
—Parece normal, es Escritora, pero reputa.

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