miércoles, 19 de septiembre de 2018

LA COPA



   —¿Por qué esa manía de hablar de vos mismo todo el tiempo? Aunque yo, que soy tu amigo, que te quiero y te respeto, vengo a contarte mi derrota, hay pormenores que estoy cansado de hablar conmigo mismo, y no es menuda mi desgracia, hay puntas filosas que amenazan mi vida, e indiferencias que taladran la poca autoestima que me queda. ¿Podés facilitar dinero a préstamo, parte de lo que debo a tantos?
   Él, petulante, desgarbado y de limpieza sospechosa: —Yo sólo tengo mis libros, mis poesías, alguna prosa que hizo llorar a algún inteligente perdido en el acaso. Y eso está adentro mío, es mi riqueza. Un don que no se mide en dinero, de eso no tengo nada. Sólo un don pródigo e imposible de compartir, porque vive dentro mío. Terminé mi copa y por lo que veo el vino se ha esfumado, como haré yo ahora.
   El hombre derrotado mira su copa nublada y recuerda al amigo mal entrazado, jugando con él al gallo ciego. Se decían cosas al oído, referidas a señoritingas, disfrazadas de nobleza, casadas con hombres ignorantes de sus mujeres que engañaban sin prudencia.
   Tocan a la puerta, debe ser el Cocinero, tendré que pedirle que se vaya, no tengo un céntimo.
   —¿Qué va a comer el Señor?
   Se contagió mi hipocresía, no queda nada en la alacena.
   —Ya que es tan amable de venir a preguntar, le digo que con una daga me conformo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario