Fray Luna se
castigó a sí mismo, por el carácter malhumorado con que nació cuando llegó al
mundo. Lo superó lento haciendo el Seminario. Levantarse temprano le daba luna
y los frailes que limpiaban con la alegría puesta, le daban envidia.
Cuando se dio
cuenta que él sí pertenecía a Dios, se vio huérfano y despojado. Fray Luna
luchó para no caer en ese destino agorero. Y rogó a su Madre que lo ocultara en
su seno, por un breve tiempo. Después, cuando todos hubieran olvidado su
existencia, buscaría un trabajo de labriego. Como el cuento que narraba su
Abuelo. Cuando su luna despertaba toda la casa, ni Dios podía descansar
tranquilo en la bóveda celeste.
Su Madre, con
afecto y austeridad le pidió que abandonara su seno, porque en poco tiempo, la
esperaba una cirugía cruenta, de nódulos, podrían herirlo con un escalpelo.
Fray Luna, que
amaba a su Madre más que a Dios, al verlo tan pequeño al lado de su Madre,
soliviantó sus amores, se hizo ateo y su nombre fue Mateo.
El mismo
labrador que se levantó a la hija del feudo, la puso en alerta a la niña, él
era portador de tierra, con el transcurrir del tiempo serían dos rebozados de
los hijos feudados de su Padre, únicos herederos, sólo había que matar al
viejo, él podría, un pecado más le haría cosquillas, la hija (no hagamos lío),
la hija del Feudo le pidió a Mateo que fuera mientras ella dormía. Éste aceptó. En mitad de la noche, su hipotético suegro, recibió cuatro brochettes a la
altura del corazón, llegando a los omóplatos, dependía del punto de vista.
Él mismo le dio
sepultura, en el agua que rodeaba el castillo, no tenía ganas de hacer pozo. La
despertó: —Misión cumplida.
Ella lo abrazó y
le agradeció la tarea. Cuando Mateo calculó que el cadáver estaría podrido y
deshecho, el campanario repiqueteó para anunciar la boda Real.
Se hicieron todo
tipo de manjares, chancho con manzana en la boca, cerezas al más vino, pasta
frola, fideos con salsa de anchoas. Un asco que el pueblo entero, invitado,
llevó para sus hogares. A la pareja le obsequiaron la manzana del chancho.
Se escuchó una
voz de militante entusiasmado: —¡Mateooo! Acordate que mañana dividirás, en
partes iguales, las riquezas del viejo pijotero. La mina, dejala en el castillo,
bajo siete llaves, por si algún violento hambreado quiera tomar venganza…

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