jueves, 20 de septiembre de 2018

LOS FEUDOS SON ETERNOS



   Fray Luna se castigó a sí mismo, por el carácter malhumorado con que nació cuando llegó al mundo. Lo superó lento haciendo el Seminario. Levantarse temprano le daba luna y los frailes que limpiaban con la alegría puesta, le daban envidia.
   Cuando se dio cuenta que él sí pertenecía a Dios, se vio huérfano y despojado. Fray Luna luchó para no caer en ese destino agorero. Y rogó a su Madre que lo ocultara en su seno, por un breve tiempo. Después, cuando todos hubieran olvidado su existencia, buscaría un trabajo de labriego. Como el cuento que narraba su Abuelo. Cuando su luna despertaba toda la casa, ni Dios podía descansar tranquilo en la bóveda celeste.
   Su Madre, con afecto y austeridad le pidió que abandonara su seno, porque en poco tiempo, la esperaba una cirugía cruenta, de nódulos, podrían herirlo con un escalpelo.
   Fray Luna, que amaba a su Madre más que a Dios, al verlo tan pequeño al lado de su Madre, soliviantó sus amores, se hizo ateo y su nombre fue Mateo.
   El mismo labrador que se levantó a la hija del feudo, la puso en alerta a la niña, él era portador de tierra, con el transcurrir del tiempo serían dos rebozados de los hijos feudados de su Padre, únicos herederos, sólo había que matar al viejo, él podría, un pecado más le haría cosquillas, la hija (no hagamos lío), la hija del Feudo le pidió a Mateo que fuera mientras ella dormía. Éste aceptó. En mitad de la noche, su hipotético suegro, recibió cuatro brochettes a la altura del corazón, llegando a los omóplatos, dependía del punto de vista.
   Él mismo le dio sepultura, en el agua que rodeaba el castillo, no tenía ganas de hacer pozo. La despertó: —Misión cumplida.
   Ella lo abrazó y le agradeció la tarea. Cuando Mateo calculó que el cadáver estaría podrido y deshecho, el campanario repiqueteó para anunciar la boda Real.
   Se hicieron todo tipo de manjares, chancho con manzana en la boca, cerezas al más vino, pasta frola, fideos con salsa de anchoas. Un asco que el pueblo entero, invitado, llevó para sus hogares. A la pareja le obsequiaron la manzana del chancho.
   Se escuchó una voz de militante entusiasmado: —¡Mateooo! Acordate que mañana dividirás, en partes iguales, las riquezas del viejo pijotero. La mina, dejala en el castillo, bajo siete llaves, por si algún violento hambreado quiera tomar venganza…

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