Le voy a poner
una carnada, tengo que eliminar o aceptar mis dudas, contraté a Mercedes, no le
gustó mucho la idea, le pareció un buen pretexto para salir de su casa.
Termina sus
trabajos a las 21 horas, la idea de Juana era que lo siguiera, sin que él lo
notara, iba sin auto para ventilar la vida de tanto expediente. La rutina de su
trayecto incluía una calle cortada, con ventanas de postigos abiertos, cortinas
de voile, que andaban por el aire y retornaban a las ventanas. Mercedes esperó
oculta que saliera. Pasó media hora y asomó la cabeza, de la calle cortada no
volvió a salir. Se caló los lentes negros, el sombrero enjaretado y las solapas
altas. Miró todas las casas con detenimiento. En una planta baja, ventaneando a
la calle, vio al marido de su amiga, quitarse la ropa con luz tenue, tras cortinado
semitransparente y luego su cuerpo cayó en cerrar las persianas y se apagó la
luz. Mercedes llegó agitada, Juana la esperaba con la puerta entornada. —No sé,
el final me inquietó, no sé si es o parece.
—Contame, él
tendría que haber estado acá hace tres horas.
— Salió en el
horario de siempre, hizo su camino de rutina, según me contaste vos, pero algo
se salió de cuadro, dobló en una calle cortada, se metió en una casa, quitó su
ropa y no sé más porque cerró los postigos, no te vuelvas loca, Juana, ya hubo
una en la historia de la humanidad, a lo mejor tu marido fue a visitar un
compañero y si cada día tarda más, necesitará caminar. Vos me contrataste, no
sé a cambio de qué. Lo esperamos, no queda otra opción, yo te acompaño.
Diez minutos
después lo escucharon silbar y entró al living. Saludó a Juana con desgano y a
Mercedes con entusiasmo.
—Yo creo que
llegó el momento, conozco bien a Juana y sé que fui su carnada. Inventé la
calle cortada, hasta cobrar vida. Ahora te toca a vos, contale a tu mujer
nuestros encuentros de todos los días, felices y patéticos. Fueron días, meses.
Rogale a Juana, que no quiero más ser su carnada.

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