—Tenemos que
presentarle un amigo.
—Dos.-Dijo
ella-.
—Probemos con
uno. -Dijo Olivio-.
—Con dos ella
elige.
—Martina, ellos
decidirán, tal vez, una comida bien conversada, será suficiente.
Ella llegó
primero, para ayudar en lo necesario, nadie le dijo que por fin tendría nuevas
personas para conocer. El primero tocó timbre y atendió la invitada, casi cae
cuando el Editor le tendió la mano.
—No hace falta
que nos presentemos. Todavía espero tu última historia.
El segundo tocó
un timbre breve. Virginia abrió y le pareció como mucho. Era su Analista al que
concurría hacía veinte años. Algo produjo incomodidad en ambos. A ella le
resultó un bochorno, al conocedor de su vida neurótica-psicótica-histérica.
Toda su vida que el analista escuchó y transformó ayudando a unir sus pedacitos,
que siguen faltando. Para él no fue grato encontrar a una paciente, es como
socializar con un pedazo de tu trabajo, cuando te vas del consultorio.
Virginia asistía
una vez por semana y hablaba mucho, contracturado, siempre esperaba una
respuesta que proviniera de él. El matrimonio que urdió el encuentro, percibió
que no era una situación cómoda y su primera acción fue servirles un whisky
doble a cada uno. Por suerte cedieron los elásticos y el whisky les permitió reírse
de Martina y Olivio, no imaginaban las relaciones de su amiga con sus amigos
más preciados. La comida era un salmón con sushi y wasabi. Tomaron sake y
ardieron las voces.
El Editor consideró innecesario que faltando una historia, le
pagara. Virginia recurrió a otro que antes de recibir el material le pagó e
iban por la segunda edición. Martina y Olivio desconocían el perfil: Escritora,
de su amiga, que lo tenía como posesión privada y cambió su nombre para
circular de incógnito. En cuanto al Analista, con su ortodoxia impecable, actuó
como un desconocido para Virginia, a sus amigos. Se agarraron todos un pedo
importante y aparecieron secretos etílicos, Martina había transado con el
Editor y el Analista en oportunidades varias. Olivio sedujo al Editor, decía
que ese culito lo podía todo. Cuando llegó el amanecer se cagaron a trompadas como
camaradas militantes de la decadencia afectiva, marital. Y rincones que no se hablaron
con palabras, sino con puntapiés.
Cuando bajó la
marea, el Analista ofreció llevar a Virginia a su casa. El clásico: “Bajá a
tomar un café”. Y chuponaso freudiano en el marco de la puerta, un polvo veinte
años postergado, de pié como en las películas. Se pusieron al día, fueron
veinte polvaredas, cerradas con las palabras del Analista.
—Esto es entre
vos y yo.
Virginia
corrigió: —Entre yo y vos, por supuesto, a nuestros amigos, olvidar esta
comida. No puedo continuar siendo tu paciente, pero sí empezar de nuevo. ¿Me
daría un turno para el miércoles a las diecisiete horas?, mi nombre es Romina
Lucha.
—Desde luego que
sí, hable con mi Secretaria ante cualquier eventualidad y deje claro que es una
paciente nueva. Cambie el look, por favor.

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