lunes, 24 de septiembre de 2018

UNA MANO AYUDA A LA OTRA...



   —Tenemos que presentarle un amigo.
   —Dos.-Dijo ella-.
   —Probemos con uno. -Dijo Olivio-.
   —Con dos ella elige.
   —Martina, ellos decidirán, tal vez, una comida bien conversada, será suficiente.
   Ella llegó primero, para ayudar en lo necesario, nadie le dijo que por fin tendría nuevas personas para conocer. El primero tocó timbre y atendió la invitada, casi cae cuando el Editor le tendió la mano.
   —No hace falta que nos presentemos. Todavía espero tu última historia.
   El segundo tocó un timbre breve. Virginia abrió y le pareció como mucho. Era su Analista al que concurría hacía veinte años. Algo produjo incomodidad en ambos. A ella le resultó un bochorno, al conocedor de su vida neurótica-psicótica-histérica. Toda su vida que el analista escuchó y transformó ayudando a unir sus pedacitos, que siguen faltando. Para él no fue grato encontrar a una paciente, es como socializar con un pedazo de tu trabajo, cuando te vas del consultorio.
   Virginia asistía una vez por semana y hablaba mucho, contracturado, siempre esperaba una respuesta que proviniera de él. El matrimonio que urdió el encuentro, percibió que no era una situación cómoda y su primera acción fue servirles un whisky doble a cada uno. Por suerte cedieron los elásticos y el whisky les permitió reírse de Martina y Olivio, no imaginaban las relaciones de su amiga con sus amigos más preciados. La comida era un salmón con sushi y wasabi. Tomaron sake y ardieron las voces. 
   El Editor consideró innecesario que faltando una historia, le pagara. Virginia recurrió a otro que antes de recibir el material le pagó e iban por la segunda edición. Martina y Olivio desconocían el perfil: Escritora, de su amiga, que lo tenía como posesión privada y cambió su nombre para circular de incógnito. En cuanto al Analista, con su ortodoxia impecable, actuó como un desconocido para Virginia, a sus amigos. Se agarraron todos un pedo importante y aparecieron secretos etílicos, Martina había transado con el Editor y el Analista en oportunidades varias. Olivio sedujo al Editor, decía que ese culito lo podía todo. Cuando llegó el amanecer se cagaron a trompadas como camaradas militantes de la decadencia afectiva, marital. Y rincones que no se hablaron con palabras, sino con puntapiés.
   Cuando bajó la marea, el Analista ofreció llevar a Virginia a su casa. El clásico: “Bajá a tomar un café”. Y chuponaso freudiano en el marco de la puerta, un polvo veinte años postergado, de pié como en las películas. Se pusieron al día, fueron veinte polvaredas, cerradas con las palabras del Analista.
   —Esto es entre vos y yo.
   Virginia corrigió: —Entre yo y vos, por supuesto, a nuestros amigos, olvidar esta comida. No puedo continuar siendo tu paciente, pero sí empezar de nuevo. ¿Me daría un turno para el miércoles a las diecisiete horas?, mi nombre es Romina Lucha.
   —Desde luego que sí, hable con mi Secretaria ante cualquier eventualidad y deje claro que es una paciente nueva. Cambie el look, por favor.

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