Si no ganaba
nada ¿Para qué compré la Editorial, que antes había quebrado? Y tenía
esperanzas con esta escritora. Yo le fabriqué un currículum, con publicaciones
inexistentes. Ella se lo tomó enserio, empezó con cuentos cortos, alguno bueno
salió.
Yo tenía la atribución de negarle historias o
que produjera modificaciones en pronombres, puntos de vista. Lo traía
corregido, pero ella, la narradora, suprimía lo bueno y pasaba a primer plano
lo malo, a veces se suprimía a sí misma y perdía la brújula. La semana pasada
le dije: —Mirá, Paloma, no quiero alentarte más, te hacés ilusiones y ni la
revista Viva aceptaría tus cuentos. Estudiá Letras, sería un aporte para vos
misma, anótate en algún taller de prestigio.
Ella dejó caer
los párpados y dos lagrimones aterrizaron en un cuento que había llevado.
—Napal,
deme una oportunidad, lea esto, es una buena historia, el final es sorprendente
y no es tanático ni cursi.
Él tomó el
cuadernillo. —Más tarde lo veo, tengo otros antes que el tuyo, yo…
—Sí, ya sé, me
va a llamar y después nada. Mire, Napal, voy de vacaciones al Sur, al Norte, al
Este o al Oeste, donde me señale la brújula. No llevo ni cuaderno ni birome. A
lo mejor, mirar el horizonte del mar me decante las ideas y duerma sin
pesadillas.
El Editor,
Napal. Leyó el cuento, corto para novela y largo para cuento. No podía creer la
excelencia del trabajo de Paloma. Había desplegado sus alas y llevaba al lector
sin que éste lo advirtiera.
—No hay duda,
creció de golpe. Le hablo enseguida.
Sonó tres veces
y a la cuarta, una voz raspada, le preguntó si era pariente o amigo.
—No sólo soy un
posible Editor.
Se escuchó un
suspiro. —Paloma se ahogó en el mar, ayer al atardecer. La vamos a extrañar,
nos leía un cuento todas las noches, a la medianoche...

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