Prefirió
estacionar el auto en cualquier lado, quiso fijar en su memoria, “dónde”. A
todos los boxeadores les pasa, se quiebran la cabeza, caen como huevo frito en
el ring y de inmediato cranean su próxima pelea.
Tiene dos
cicatrices en la frente y la nariz se descubre por los orificios nasales. No
tiene tabique. Anda con el paladar partido. Es un monstruo, pero las minas lo
persiguen, porque Dany Servio, es famoso, él no le da bola a ninguna, andan con
calzas sin calzón, mucho escote y pintura con brillos, le recuerdan a su Madre,
que prefiere olvidar.
Vive con una Monja
de hábito blanco hasta los tobillos, usa un manto blanco en la cabeza, con una
vincha almidonada, que le tapa la frente. Es un deportista de mal carácter, le
pega a la Monja por cualquier menudencia y ella se deja. Las marcas en su
cuerpo le parecen improntas del amor. Le da mucho en la panza, ya van dos hijos
que perdieron, por el uso de la trompada prohibida.
Tiene que subir
al Subte, entre hora molesta y el sacudón con el cactus que compró. Los
pasajeros le hacen espacio por temor a las espinas.
Llegó sin avisar
y un Empleado le impidió el paso. El Campeón alucinó un ring mínimo, tamaño
ascensor. Con un derechazo certero, le rompió cuatro costillas.
Quiso volver a
su casa, donde la Monja esperaba aquellos golpes que da el amor al prójimo. La Monja
estaba tras la puerta, con un hacha y cara de loca dispuesta.
Para llegar tiene
que encontrar el auto, que no recuerda dónde dejó estacionado.

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