viernes, 18 de octubre de 2019

MILAGRO SERRANO



   Un ángel bajó del cielo o de Necochea, no se sabe bien. En vez de saludar con las manos, saludaba con las alas. Era virgen, se le notaba en los ojos, siempre mirando al cielo. Vivía con Uma, una perra grande y tan cuidadosa, que logró echar a Luna, una gata impertinente.
   Tenía un novio que trabajaba en el mismo lugar que ella, pero la jornada de ella era de doce horas y la de él también, una de ocho a ocho y otra de ocho a dieciocho, al no encontrarse nunca, Cielo siguió el camino de la virginidad. Ella atendía con bonhomía a todos los clientes por igual, les tenía enorme paciencia a los viejitos y a los niñitos también. Le sobraba inteligencia, sabía que las Madres tuvieron aquellos niños, para darle el gusto al cuerpo. A Cielo le parecía, que las pobres criaturas eran huérfanas por autonomasia.
   La mañana de la atmósfera blanca, donde nadie circulaba por el efecto visual, de la soledad absoluta de todo ser o cosa viviente. Una luz vertical daba sobre la figura de Cielito, tras mostrador. Primera en arribar al trabajo, con los codos apoyados y las manos cruzadas bajo el mentón. Las alas reposaban tranquilas, abrigando su espalda, era un jueves veintiuno de Junio y hacía tanto frío, que los termómetros se partían.
   Un extraño de túnica azul, bordada de estrellas, pies descalzos y un kipá de terciopelo rojo, dijo algún secreto al oído de Cielito, abrió sus alas mientras él le tomaba sus manos, las puertas se abrieron solas (y eso que tenían triple llave). Él desplegó unas alas blancas níveas, salieron caminado y exhalaban un calor que despejaba la neblina.
   Al cruzar la Avenida, tomaron vuelo abrazados y sus cuatro alas llegaron al sol, que los recibió con tazas de leche tibia y rodajas de pan de campo.
   Se casaron en Diciembre.

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