En un bosque de
Polonia, una cabaña cubierta de ramadales, se incendió, primero sus paredes de
madera, luego se estrellaron los vidrios y los espejos. Narciso volvió del Pueblo,
donde todos se le enamoraban, hasta llegaban a impedirle seguir su camino.
Tanto hombres como mujeres, dejaban de respirar ante tanta belleza. Hubo muchos
que se asfixiaron por la emoción de tenerlo tan cerca y tan lejos.
Él logró crear a
su alrededor un anillo sólido del elemento más importante de la Tierra, “el aire”.
Cuando notó el olor del humo, ya era tarde, de la cabaña quedaron cenizas.
Narciso buscó desesperado encontrar un trozo de espejo de los doscientos que
tenía, pero resultó imposible. Él lo atribuyó a un rayo tan enamorado, que
cuando pretendió tenerlo cerca, cayó en la cabaña y produjo el desastre.
Narciso se
sintió tan enamorado de sí mismo que necesitó de inmediato algún lugar para
mirarse, pertenecerse y amarse por dos, él y su reflejo. En mitad de la
angustia encontró un viejo que pintaba en el medio del bosque.
—Señor, se lo
pido en nombre de mi belleza, observo que pinta un lago transparente, yo no
puedo vivir sin mirarme. ¿Podría usted ubicarme al borde del lago y hacer el
milagro que pueda ser yo mismo el que se está mirando?
El viejo, que
era un virtuoso, aceptó el desafío. Narciso por fin se vio reflejado en el
lago, se emocionó con el vértigo de los bellos y cayó al agua, pero no sabía
nadar. —Una lástima que siendo yo tan viejo, no tenga fuerza para salvarlo.
Llegó a tomarle
un pie, pero el anillo sólido del aire, se lo impidió. Corrió despacio como los
viejos, llegó al Pueblo y pidió ayuda.
Los habitantes, en
dulce montón, corrieron hasta el lago que el viejo les señaló. No encontraron
nada, ni el agua, ni a Narciso. Todos hicieron un duelo de cuarenta días, dando
vuelta los espejos de sus casas, los más fanáticos, los pegaron del revés.

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