domingo, 13 de octubre de 2019

HIJOS PUTATIVOS



   —¡Vicente, dónde estás!
   Seguro se mandó otra, yo escuché la sierra eléctrica, pero no me pareció capaz, estoy en la galería del fondo y justo que llegué al paro de cabeza, escucho su voz que me llama: —Ah, sos de lo peor.
   Le corté la rama más grande y encima me trata mal. El árbol tiene ciento diez años y está sobre el techo de mi pieza, le quité la rama que con cualquier rayo, caerá sobre mi cabeza.
   —Tenemos que hablar, Vicente, vos estás aquí, vos ya sabés, no es por revolver mierda, pero a la Tía Vericia la mató alguien. Somos dos los que siempre le ayudamos con la silla de ruedas y todo lo demás.
   —Yo no fui el asesino, cae la sospecha sobre vos. La Tía Vericia nunca fue de mi agrado, ni del tuyo. Además ella no nos soportaba. Un triángulo perfecto para el bienestar de la desgracia. Nosotros nos queremos, porque el  Viejo te adoptó de chico, siempre lo sospechamos, tal vez fue tu Padre biológico.
   Remigio acariciaba la enorme rama y marcaba para cortarla en rodajas.
   —Mamá te quería más, siempre dándote besos y te arropaba con dulzura. A mí no me soportaba, cuando venía Tía Vericia, hacía de cuenta que no establecía diferencia. Hacía su papel mentiroso, me arropaba como si fuera nadie y jamás me daba un beso.
   Cuando los Viejos murieron, la Tía Vericia era una carga para los dos. Yo lo vi, primero me alegró que sintiera algo de ternura por aquél esqueleto sin gestos.
   Parecía que paseaba despacio, la Tía dormía su siesta de costumbre, Vicente la llevó hasta donde comienza el pantano y fue sumergiendo las ruedas, luego, con una rama caída la empujó al pantano. Miró concentrado cómo la Tía Vericia, desaparecía con el armatoste, en la tierra movediza.
   —¿Sabés Remigio, que no puedo encontrar a la Tía Vericia? Ya busqué alrededor de la casa, en la escalera, en el bosque y en todo lugar.
   Mientras él la paseaba hasta el pantano, Remigio miraba en postura invertida, en un rincón de la galería. Esa noche comieron en silencio.
   —¿Qué raro, que la Tía Vericia no se haya arrastrado a la mesa?
   Dijo Vicente con cara de indiferente: —Y bueno, quién te dice que al verla echa un trapito, Dios se la llevó.
   Remigio quedó aplastado, cuando su hermano le partió la cabeza con el tronco que aserró, lo llevó hasta el pantano y miró cómo se hundía, con la ayuda de un puntapié. Volvió a la casa con una sonrisa, pensando que la Tía Vericia, ahora estaba acompañada.

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