—¿Por qué no me
querés? Cuando preparé los fideos no sabía que adentro tenían gusanos, eras vos
el hambriento, yo ignoraba que los fideos huecos tienen habitantes, no me mires
así, con los ojos fijos. ¿Me vas a pegar? ¿Todavía tenés memoria de cuando te
apagué el cigarrillo en el ojo? Tenés que comprender, dejé de fumar, fue un
homenaje a la despedida. No me diste ni las gracias, ni un besito, te metiste
en el baño para mojarte horas con agua fría.
—¿Por qué no me
querés? Para tu cumpleaños te regalé una caja preciosa, me besaste el cuello
antes de abrirla y cuando viste la coral saltar sobre tu corazón, pretendiste
pegarme. ¡Cómo no apreciaste una víbora de múltiples colores! Yo te llevé al
Hospital, te sacaron el veneno y ni siquiera me dijiste:“¡Gracias!”.
—¿Por qué no me
querés? A mí me hace llorar picar cebolla, entonces dijiste: “Lo hago yo, no me
gusta verte lagrimear.” Y entonces, para ayudarte, piqué por el otro lado, no
sé, me confundí y te partí el índice. ¿Te acordás? Tratamos de buscar la parte
que ya no estaba, fue en vano, se fue por la rejilla, te curaste enseguida,
tenés buena cicatrización, lástima que no pudiste volver a tocar el piano.
—¿Por qué no me
querés? A tu amigo lo largó la mujer, perdió el trabajo, yo lo consolé en el lugar más cómodo
de la casa, el colchón. Le acaricié la cabeza para tranquilizarlo, cuando sentí
que por fin se relajaba un poco, seguí por el cuello, el pecho y no soy de
hierro, le ofrecí todo mi cuerpo y nos quitamos la ropa por comodidad. Menos
mal que terminamos justo cuando llegaste vos y le pegaste dos trompadas, ni te
acordaste del tango: “El hombre no es culpable en estos casos, cebame unos
mates, Catalina”. Y eso rimaba, porque
yo me llamo Catalina. Cuando le tiraste la pava de hierro en la cabeza, ¡lo mataste!
Fuiste en cana por homicidio atenuado por las circunstancias. Cinco años te
dieron y yo te iba a ver todas las semanas, lo único que me pedías eran puchos
y como una boluda te los llevaba y enseguida me gritabas que me fuera.
—¿Por qué no me
querés? Si volviste a casa con esa pulserita y pensé que te habías hecho puto,
pero cuando me agarraste para amarme, me doblaste boca abajo sobre la mesa y me
metiste un palo de escoba en el culo, para que lo sepas, me gustó.
—¿Por qué no me
querés? Ahora ni siquiera me podés contestar, comiste los fideos que te
preparé, yo sabía que tenían gusanos adentro, para matarlos les agregué veneno
para ratas, no tenía más condimentos.
—No me mires con
esos ojos, aunque sea guiñame uno, ¡oia! Te caíste al piso, esperá que te ayudo,
¿ché, qué te pasa?, no te late el corazón, no respirás, estás muerto, te salen
gusanos por la nariz y por un hueco de la boca.
Antes de llamar una ambulancia: —¿Por qué no me querés?

No hay comentarios:
Publicar un comentario