lunes, 14 de octubre de 2019

ECLESIÁSTICO



   Me podrá confesar a la mañana temprano, lo prefiero al de la tarde, que por vanidoso se considera Obispo. El Cura se persignó y el hombre se arrodilló, tapó su cara con manos juntas.
   —Estoy acongojado, mi Mujer me engaña con otro, la seguí varias veces y la vi entrar por la Sacristía, llevaba mantilla, misal y rosario.
   El Cura, sin decir más, habló del perdón a la Mujer y con tres Padrenuestros, estaba cubierto mi pecado.
   —Permítase el beneficio de la duda, tal vez ella sea una Santa, que concurre diariamente a misa.
   Al día siguiente la espié mientras se vestía y cuando se fue la seguí. Se puso un corpiño de encaje rojo y un portaligas haciendo juego, las medias eran de muselina negra y los zapatos también. El vestido, sin calzón lo abrochó con botoncitos de hábito, escotado hasta el ombligo y una mantilla de lycra, que cubría todo como pashmina. Salí descalzo, la vi entrar al confesionario, se hincó frente al cura, no usó los laterales porque estaban en reparación. El Cura, igual que conmigo, se persignó y en voz más alta, le pidió perdón al Señor.
   Hablaban con murmullos que no era necesario mucho para entender, ella cubrió su espalda con la pashmina, que le llegaba hasta el suelo. Se abrió de piernas y se le sentó en la falda al Cura, preparado, tenía algunos botones desprendidos y se la ensartó hasta las bolas, digo, por los gemidos de ella, mientras decía con devoción: ¡Dios mío!, ¡Dios mío!-En estado de gracia- ¡Dios mío!, ¡me quedaría en tu casa para siempre!
   Por fin el Marido hiló toda la historia y el verla fue la prueba de su certeza, necesitó vengarse, sabía que el Cura era casado furtivo. La Mujer tenía quince años y limpiaba toda la Iglesia. Un amanecer entró por la Sacristía y escuchó los ronquidos del Cura. Apareció la Señora chica, o la chica  Señora, ella le contó que estaba cautiva en ese lugar, el Cura la dejaba con ganas por culpa de la Mujer, que se confesaba todas las mañanas.
   —Él no es malo, me regaló un consolador, bendecido por el Papa Pancho. Yo prefiero lo otro.
   Él la miró, tan pequeña, que la sentó en su falda.
   —Acá tengo un juguete que te va a gustar, cerrá los ojitos.
   Le corrió el delantal y arremetió como caballo ganador, mientras la Señora niña murmuraba: 
—¡Quiero más! ¡Quiero más!
   El registro en su memoria, de aquel pedido desesperado, le hacía acudir todos los amaneceres, antes que su Mujer. Y colorín colorado, este cuento no ha acabado, pero tendrá que terminar, mientras tanto, podremos darnos cuenta, que lo prohibido, es un placer que no se para, si no está parado.  

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