Cuando entré a
una librería, para mirar y comprar, hubo diferentes ocasiones que me indignaron
a fondo. Las fotos gigantes de Videla, el asesino, en las portadas de libros
gordos, todos en fila de dos estantes.
Y otros dos, las
portadas de los que vendieron el país. Kirchner, el estrábico, y su mujer tan
hinchada de botox y de robos.
Con abstracción,
los daba vuelta, en ocasión de Fin de Año, donde las gentes hacen cola en Jenny
para comprar y regalar. Había un Custodio que descubrió mi jugada, parecía una
calesita, los daba vuelta otra vez. Se formó una barrera espontánea, de gente
aprisionada, tomé todos los libros y los arrojé bajo los mesones, no sé dónde
caían, pero el Custodio perdió la razón.
El libro que yo buscaba era de Monterroso y el Vendedor
no lo encontraba, con cara de ratón me mostró un ejemplar, al cabo de dos
horas. Le pregunté el precio y contesté que el precio me quedaba grande. Fue atinada
mi decisión, porque para pagar, debía hacer una cola de ochenta, antes que yo.
Así como lo digo, ochenta personas.
El Vendedor
mareado porque no había oxígeno, aflojó su corbata y dejó lo mío, al libro
perdido. Lo metí furtiva en mi chaqueta y cuando crucé la puerta sonaron las
alarmas. Corrí al Estacionamiento y salí por la puerta contraria. Le sugiero al
lector que pruebe para las Fiestas, en especial en las librerías que carecen de
ideología. Olvidé relatar y ni pienso volver atrás, dos señores viejos y
divertidos, me aplaudieron en silencio y hasta patearon algunos libros que
asomaban.
En el Pueblo
donde vivo, a nadie se le ocurre proceder de ese modo, asco dan los soldaditos.
La Ciudad de La Plata no se lleva los laureles, pero hay más gentes de
pensamiento propio.

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