Ese día empezó a
trabajar. Estaban a la expectativa, porque era amigo del Jefe, un tipo de
pasado turbio y dedicaba su tarea a mirar cuánto culo pasaba. El amigo no
necesitaba laburo, vivía de su familia de un establishment holgado.
El Jefe era un
voyer, vaya la coincidencia, porque su amigo era igual, pero con otras
expectativas. Le interesaba ver la sexualidad en los mínimos detalles de cada
persona, ya fuera hombre o mujer, quería descubrir en la sonrisa completa, si
era verdad o mentira, si la cara de una mujer expresaba el descontento que le
producía vivir. Observaba los movimientos de las manos, si eran para contener o
alejar. A la salida de los Jardines de Infantes, veía los dibujos de la frente
de los niños y si el andar displicente conjugaba con su cara.
Le gustaba
descubrir a cualquier persona, que hablara con él, si lo que tenía enfrente
era una cara de vida o una careta de hipócrita recibido. Al finalizar el
día, tipeaba lo que él llamaba, “Servicios Atendidos”.
Creció en la
lectura de los ajenos, que se cruzaban en el tren, en el colectivo, en el Bar
de cualquier esquina. Perdió el control, muchas personas sentían la molestia de
esas miradas que atravesaban. Dejó la oficina sin decir nada. Estaban todos los
observados, hasta la forma de atarse los cordones.
Un día que llegó
a la casa de sus Padres, había tres autos de la Policía Federal, la gente del
barrio, presentó la denuncia que un hombre con su nombre y la descripción de
sus gestos y miradas, era el sospechoso de abuso de menores, arrebato de
mochilas, violaciones y miles de personas con paranoias irreversibles, por el
delirio de pretender, aquel hombre, la observación continua.
La prueba que lo
mandó a prisión, fueron los tipeos permanentes y archivos por mail a los
futuros todavía no encontrados.

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