Lunes ir a los
Escritorios, Bancos, volver, se olvida los anteojos. Nos fue bien, los
arriendos llegaron en tiempo y forma. Cuando salimos me puse ropa de diseño,
hasta tacos altos, lo pasaba cabeza y media, antes le gustaba, make up
insolente, me solté el pelo y planchita, liso como calma chicha…
—Vamos!, vamos!,
que nos cierra todo.
Controlaba las
carpetas y los cheques. —¿Cómo estoy?
Ya tiene el auto
en la puerta. —Igual.
Bajé el
espejuelo y el pelo brillante, una pendeja. —¿No me notás nada raro?
Le dio histeria.
—Acá tengo para estacionar…¡No! La vieja de mierda me lo ocupó.
Me doy vuelta
calesita, así me ve, consiguió.
—Pasó el Contador y me dijo: “¡Mami!”. Después
se puso rojo, se ve que me reconoció.
Esa voz de gata
alzada, me desconcha los recorridos, la necesito para todas la firmas. Tiene
todo a nombre de ella, la perra, qué ganas de meterla en un taxi. Pero recordé,
siempre me atienden primero, porque ella es alta y al más alto se lo respeta,
encima se arregla el rouge, con la lengua afuera, los tipos mueren. Dan ganas
de decirles: —No
saben lo que es en casa, los pelos parados con olor a milanesa, más el del chivo,
en chancletas y ese camisón con agujeros, que no se lo quita nunca.
Me concentro en
la compu, paso las boletas, hay algo que me molesta. La miro pasar y me
pregunto ¿quién es esta stronza?

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