—¿Hoy no vino la
gatita?
Neni, con voz
cansina: —Fue a dar el último examen de Anestesista.
Ahí me tomó la
desconfianza, si Ailén me anestesia, ¿sabrá cómo se hace?
—Para que te des
una idea, Ailén cuando no trabaja aquí, estudia. Y ahora que me decís, tiene
cara de gato asombrado, nariz de gatito olfativo y boca complaciente, para un
enano o para un gigante, que cuando suceda, sea cuidadoso y no la parta. Es una
espinita graciosa, tiene culito parado, las tetas nunca se la miré.
Pensé en la
operación complicada de Neni, entonces le pregunté: —¿Vos la tuviste de
Anestesista?
Me dijo que no,
ni en pedo, era buena y cariñosa escondida, pero si no se había recibido, para
una práctica no quiso arriesgar su vida.
Un día apareció
un tipo pretencioso y la llamó:
—¡Vamos, Mesera, quiero un café doble, ahora!
A lo que ella
replicó: —¿Ud no se dio cuenta que soy Anestesista? Si le parece le acerco un
café con anestesia, tal vez se convierta en simpático y respetuoso.
El tipo aceptó
con la cabeza: —Bueno, pero nos vemos esta noche en “Paca”.
La espinita
engañera le dijo que sí, ya lo tenía en vista y la pinta del tipo le gustaba.
Ailén entró al boliche, con el pelo rubio, sin la cofia. Bailaba con tal
entusiasmo, revoleando la cabeza, que el tipo se dio cuenta que era la
Anestesista del Café. Estaba sola, bailando con ella misma. Él se acercó y apenas
rozó su espalda. Ailén giró de inmediato con ojos irónicos y un gesto: “Rajá de
acá”.
El tipo ni se
movió. Ella fue directo al Dueño:
—Marito, pedile a ese idiota que me deje en
paz, no sé qué le pasa, yo no le doy cabida y el tipo me sigue, se apoyó en mi
espalda. ¿Qué me decís?
Marito, pensó
que Ailén deliraba, porque él, ni bien
pasada la entrada, no podía dejar de mirarla, le gustaba un montón, pero nunca
se atrevió y esa noche la vio, bailar sola, como siempre que iba.
—A mí me parecés
una chica tan graciosa en tu andar de espinita, que ese tipo tan grandote no te
conviene, tiene cara de robalegría.
Le preguntó
cuánto era y le dijo: —Te pago con esta
ampolla de morfina, que me afané del Hospital. Yo no soy ninguna espinita y
vos, mejor bajá la panza.
Subió rauda a su
auto nuevo y le habló al espejuelo, ella no sabía estar en silencio: —Un tipo
grandote, buen mozo, otro el Dueño de un boliche, otro un Profesor y ninguno se
atreve a, se atreve a, bueno, se atreve a.

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