viernes, 13 de marzo de 2020

A CAPOTE LE PASABA IGUAL


   Al lado de mi ventana, donde está mi cama, me despiertan los autos, las motos, los recolectores, los chicos que van a la Escuela, hablando con gritos, evacuando lo que sus padres discuten en su casa. Me tapo los oídos con almohadones, me pongo algodón en los oídos, con nada puedo tapar esos sonidos que me aturden. ¿Cómo detener una sirena policial, una ambulancia, las alarmas de las casas que se disparan con el viento?
   Hoy me voy al campo, mi Viejo siempre pide que lo acompañe y yo cautiva de horarios estipulados, obligaciones que resuelvo sin ganas. Me pasó a buscar con su boina de costado, sus ojos buenazazos y esas sonrisas de bienvenida. Le ayudaba a vacunar, allí aprendí a cambiar una rueda de tractor y a juntar las vacas al atardecer. A la noche salíamos a la galería y mirábamos el horizonte de la pampa y las estrellas, el manto de una imagen sin luces, que interrumpan la comunicación con la tierra.
   Cuando me voy a dormir, por fin existe el silencio absoluto. Al día siguiente no recuerdo mis sueños porque el viento del monte se los llevó quién sabe dónde.
   La siguiente semana me da un poco de escozor, cuando prende el motor de la heladera. El canto de las ramas que días atrás hamacaban el silencio, ahora me aturden. Yo nunca le mentí a mi Viejo: 
—Mirá, Papá, me voy porque extraño la ciudad.
   Se le borra la sonrisa, pero me abraza, como agradeciendo esos días que según él le regalé.
   Por fin duermo en mi cama y me gusta que sea con el ruido de las sirenas, si presto atención, los ruidos más lejanos y es una orquesta desafinada que aturde y completa la noche.
   Cuando escribo me acompaña y acelera mi birome que desplaza por un cuento, con tantas palabras nuevas, que me vuelven a aturdir.

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