Laura olvidaba
cerrar alguna perilla de la cocina, con una pava que hervía y apagaba mientras
el gas inundaba el aire.
Olvidaba
mientras miraba un teleteatro, tejía de memoria un sweter, no recordaba con qué punto había empezado y
seguía con otro cualquiera.
Planchaba
sábanas mientras escuchaba discos de vinilo, le gustaba Vivaldi, le parecía
sublime la Primavera, el Otoño le sonaba a hojas secas, el Invierno le
recordaba a su Padre cortando leña. Se recostaba en su sillón y el olfato le
señalaba que algo se quemaba, la sábana carbonizada.
Olvidaba con una
facilidad que rondaba el peligro. La hija decidió que viviera con ella y los
chicos.
Laura andaba por
el departamento, conociendo rincones nuevos. Olvidaba que los retratos fueron
pintados por ella misma, le parecían horribles, no decía nada para no ofender a
la familia.
Uno de sus
nietos, que era noctámbulo, igual a su Abuela, hizo pis en sus pantuflas. Laura
dijo en voz alta: —Pobrecito, el baño queda lejísimo, aunque tiene quince años.
Su hija la
escuchó. —Mamá, no le digas nada, es sonámbulo, mirá que yo deambulo de noche
para ver adónde va, una vez durmió en el piso de abajo, sobre el felpudo de
entrada, la gente bajaba por la mañana, todos indefectiblemente lo pisaban y
¿podés creer que el tipo seguía durmiendo como el mejor?
A Laura le dio
risa el comportamiento de su nieto. Desayunó con todos, les dijo, mirando al
chico sonámbulo: —¿Saben que este estúpido mea y duerme en cualquier lado?
Habría que echarlo de esta Escuela.
Laura olvidaba
que los chicos eran sus nietos y que donde estaban, no era la Escuela.

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