Piola, sobrino
de Fray Luna, volvió de Australia, el Tío pensaba que llenaría de pecados la
ciudad. Fue como un presentimiento. La mayor de sus sobrinas, Sebastiana,
acosaba a Piola. Se le sentaba en la falda y mientras preguntaba por qué los
canguros tenían bolsillos tan grandes.
—Allí portan a
sus hijitos y los protegen de peligros.
Sebastiana le
metía las manos en los bolsillos y con cara de ángel decía:
—Es que hay
muchos moscos, así me siento protegida, no me pican, pero me parece que tus bolsillos
tienen los fondos rotos y se aprovechan del palo retráctil, ya van dos que te
quieren picar. Oia!, tenés bolitas, mi hermano tiene bolones. Bueno, me bajo
porque sin comerla ni beberla, abusás de mi inocencia. Yo te puedo hacer un
juicio por esto, o contarle a mi Papá, que te va a romper la cara. No te
preocupes, no lo haré. En algún punto me gustó.
Fray Luna lo
esperaba en el confesionario, Piola se puso de rodillas y se tapaba la cara: —Pedile
a Dios que me perdone, tu preferida Sebastiana, abusó de mi confianza de Tío,
parecía una putita entrenada. Yo no tengo pecados, a lo sumo una mentirilla
para entretener el almuerzo, juro que después nada más. ¿Cuál será mi castigo?
—Debes rezar un
Padrenuestro, tres Avemaría y un rosario completo, de semillas secas. Tengo
algo más que agregar, Sebastiana es una niña que vino a confesarse antes que
vos y lo que me contó dista mucho de tu relato, dice que sos el culpable de
lastimar su infancia, con perversiones que ella desconocía. Le di la absolución
de culpa y cargo y la bendición del Señor.
—¿Vos te acordás,
Fray Luna, lo que me hacías cuando era chico y mis Padres no estaban? Me tocabas
el culo mientras decías que lo hacías en nombre del Señor: “Quedate quietito
que voy a dar una Misa privada, vos serás mi candelabro, poné el culito
flojito, como si te pusieran un supositorio, la vela es delgada, entrará con
facilidad”. Me pusiste boca abajo en el altar y antes, prendiste la vela. Te
pusiste a rezar hasta que la vela terminó y vos seguías rezando, mientras se me
quemaba el culo. Cuando te diste cuenta, me hiciste jurar que no le contaría a
nadie, si no el Diablo, me vendría a buscar.

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