—In nomine Patris
et Filii et Spiritus Sancti, dime, qué pecados te acogen para acercarte hasta
aquí.
A este cura le
falta un tornillo.
—Primero y
principal, a mí no me coge nadie, vine por lo contrario, me estoy cogiendo a la
hija de mi Jefe, está buenísima la pendeja. Hay veces que el Viejo se va con el
camión para hacer el reparto. El otro día me pidió que le cuidara la menor: “¿No
me podés hacer lo mismo que a mi hermana?”.
Yo que soy respetuoso de la edad de la inocencia, la cogí con los ojos
cerrados, porque es igual al Viejo. En otra ronda de repartos: “¿Me cuidás las
nenas?, tengo miedo que se queden solitas y algún degenerado las viole.” Cuando
quedaron las dos nenas, mientras se la metía a una, la otra decía: “Largala que
ahora me toca a mí.” Hasta que se hizo de noche y el Padre no aparecía. Seguí
con la tarea de cuidarlas, tenían energía por ser pendejas, hasta que no caí
desmayado no la cortaban. El Padre nos encontró dormidos en el patio: “¿Qué
hiciste pedófilo infame?, las chicas están sin sus bombachitas.” Inventé algo: “Las
pobres, tanto tiempo solas, tenían olor a pescado en los calzones, yo se los
lavé, por si no está usted enterado, suelo tener mucho respeto por los chicos,
vaya nomás.” No tuve más que decir. “¿Qué castigo merezco señor Cura y ¡cómo puedo
paliar esto!?”
Quedó callado un
instante y usó la sutileza sacrosanta:
—En su lugar,
pensaría que si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, yo me hago
la cirugía.

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