domingo, 8 de marzo de 2020

CON ANESTESIA


   Trabajo para ella desde que era menor de edad. Corvala nació con una columna que se redondeaba desde las cervicales hasta las lumbares. Me pusieron de prepo para atender lo que Corvala demandara.
   —¡Pochola!, tengo ganas de comer helado y me gustaría que fuera de inmediato, andá, corré a tu máxima velocidad que es admirable, por cierto.
   Se metía el cucurucho en la boca entero y entero se lo tragaba. Yo le golpeaba la espalda porque se ahogaba. Corvala tenía una propiedad extraña. No sentía nada que se le apoyara en la zona, su anestesia era permanente. Fue el asombro y la curiosidad de los Médicos encargados del estado general de Corvala. En vano, porque aún con el crecimiento corporal su espalda continuaba anestesiada.
   —Pochola, bañame con agua tibia y prepará tres tohallones hirviendo para mi espalda.
   Tenía la columna con ampollas de agua, se lastimaba con frecuencia y exigía que la curara.
   —Pelá unos duraznos con banana, con gelatina de menta, apurate. No simules que estás cansada, porque anoche me leíste las obras completas de no sé quién. Cada vez que te dormías yo te pellizcaba finito los cachetes. Mirate en el espejo, Pochola, tenés manchitas de sangre. ¿Sabés que me dormí escuchando la monotonía de tu voz? Y desperté cuando dijiste en voz alta: “Fin”. Era entrada la mañana y te pedí unos mates para mí sola, me da asco tomar de la misma bombilla de una Sirvienta.
   Nunca tenía ganas de caminar, la sentaba en una silla de ruedas y empujaba su osamenta que pesaba cada día más. La paciencia, como la amistad, tienen fecha de vencimiento, las noches que Corvala me dejaba en paz imaginaba cómo zafar de aquella situación. Ahora la odiaba un poquito, necesitaba odiarla mucho más, si no se me ocurrían venganzas infantiles.
   —Pochola, vení, contame qué estás pensando, me dieron ganas de saber. ¿Te quedan energías para contarme? Sé que te dejo sin pilas y vos seguro pensás que te acoso. Te escucho, dale, pronto.
   Quedé muda como la curva de su espalda.
   —¿Sabés que me parece que te quiero como a una hermana, te odio como a una Madre y me molestás como una hija demandante, de sol a sol?, es todo lo que tengo que decir.
   Le pedí si al día siguiente podía ponerse en cuatro patas y así ordenar los libros de arriba de la biblioteca, la banqueta más alta que había en esa casa, era su espalda. Aceptó con alegría, había libros diferentes para que leyera por las noches.
   —Quiero que me cortes las uñas de las manos y de los pies. Dejá lo que estás haciendo y agarrá el alicate, Pochola, ¿por qué me mirás con esos ojos de dientes caninos?
   Ya se iba a enterar, le preparé una tarta de manzana mezclada con cuatro blisters de Kemoter.
   Espero que la ira vaya despacio, porque tengo premura. Duerme boca abajo, tiene la espalda descubierta, hace calor. Tomo la cuchilla por el mango y le atravieso hondo, de las cervicales hasta las lumbares. Me dice con la cabeza de costado: 
—Gracias Pochola por cubrirme, ahora tengo frío.  

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